“Brasil es lo mismo que la bebida oscura y el café son los oscuros”, comento en el año 1880 un gobernador decorado por una coima millonaria aunque, incluso en la prebenda de la corruptela, no logro evitar que la “ley-café-con-lácteos” intentara, al menos en las maneras, mejores condiciones de vida para los trabajadores del grano. Cuando acabaran los años 1800, el costo del commodity subía en todo el mundo pero los terrenos cariocas se encontraban acabados. La apertura del primer ferrocarril hasta Santos cambio a los burros transformándolos en una forma de carga de este producto, que eran reclamados hasta quedar con los lomos rotos al transportar con sacos de sesenta kilos. ¡Ah, las postales del progreso! En el año 1874, el rey mando un mensaje a el continente Europeo por medio de un alambre submarino; en el año 1889 ya se habían construido 9.700 kilómetros de vías férreas, que llegaban o se iban desde las costas de Río y de Santos, haciendo seguro los suministros a los cafetines europeos. Con el metro, las fazendas con el tiempo se abrieron para todos lados y los nuevos trabajadores del café, con telégrafos y son uso de la electricidad, eran avances al lado de los viejos capos de Río. Con la restricción de la esclavitud, los hombres se decidieron a aumentar un sistema de colonos: pagaban las vistas de gente que migraba de varias naciones Europeas, a los que les regalaban un hogar, un sueldo magro y un montón de plantas de café para que se responsabilicen de ellas. Aunque había una trampa y en ese momento fue cuando les reclamaban que les regresaran los gastos de transporte en inaccesibles cuotas y, como era ilegal dejar solos a las cosechas antes de pagar las deudas, los peones pronto hallaron que eran trabajadores sin maltratos y tampoco con la obligación de participar en sexo en grupo y los suizos y los germanos planearon una manifestación. En el Imperio del Café, ni de uno ni de otros: el gobernador beige finalmente logró que el sistema se hiciera responsabilizara de los gastos de transporte de los trabajadores, que iniciaban a laborar de cero, sin deuda atraída. Y de esta forma, en medio de los años 1884 y 1914, más de un millón de habitantes de Europa cambiaron a los africanos en la siembra del café; la mayor parte de ellos, provenían de Italia o de Alemania con pocos recursos que tocaban suelo carioca sin saber absolutamente nada del portugués y que posteriormente regresaban muy desmoralizados a sus terrenos o se transformaban en prósperos terratenientes, similares a Francisco Schmidt, un prusiano que llegó a ser el veterano de la fazenda Monte Alegre, en Ribeirão Preto, con muchos de cafetos y un comercio que hacía de él un jeque sentado sobre un pozo de otra clase de oro negro. Erguido automáticamente al igual que el “el tercer Rey del Café” en un foro de la clase social más baja posteriormente del señor Henrique Dumont, que fue el siguiente, y antes de Geremia Lunardelli, que fue el cuarto y el último, herr Schmidt fue un sistema actual en los límites de los años 1900, que dotó a su granja de un ferrocarril de uso personal, un sistema de comunicación y cobertura de doctores para muchos habitantes de la zona, ya sueltos del yugo de las deudas pero amarrados sin cuerdas para el resto de sus vidas a la suerte del patriarca; en medio de ellos, libres de la forma en que se puede ejercer la libertad si uno es pobre y labora dieciséis horas cada día y descansa en un hogar prestado.
Port cafe:Maquinas de café, coffee break y barras de cafe
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