“¡Muy cerca…!”. Los bares del sur de américa no tienen ruleta, tienen bolillero como en una lotería de familia, y en frente la improbable aparición de un nuevo rico por bendición del poca probabilidad, el croupier festeja con un llanto: “¡Muy cerca…!”. Juego unas piezas en una tarde de calor sofocante, en la que la parte inferior del se pegan al piso de San José y, si un capo cómico de Argentina se investía con charreteras y plátanos como el jefe de Costa Pobre para imitar las penurias de una ciudad castigado a pasar el resto de sus días en el oxímoron (una millonaria sin dinero), esta tarde ya no tengo mis últimos colones en el casino y almaceno las carencias que me quedan para alimentarme. “Vida única”, al igual saluda por acá. “Pura vida”, contesto. Tengo mucha hambre. En la cocina restaran Jardín Cevichero Mexicano (ecuatorianos, peruanos, mexicanos, ¡esta es la original hermandad del continente americano!), un porrista de improbable cobertura caoba interpreta una cantidad con vida, con música de nuestro Sandro, que unidamente interrumpe para felicitar en el acople de un micrófono al señor de Argentina honrado que se le da la gana de probar el plato común, picantísimo: el gallo dibujo, un rejunte de arroz y frijoles oscuros o rojos de la cual forma de gobierno se pelearon costarricenses y nicaragüenses. Me dan ganas. Una esfera de calor me cubre el rostro, un medio de transporte caliente desciende por la garganta hasta la boca de la pansa y por ese palpitar, en frente el manso que todos hacen por instinto que me da las ganas de ingerir un recipiente enorme de cerveza, me comentan que no lo haga, que eso es peor: si es verdad que no hay agua (¡ni birra!) que logren quitar tanto fuego, un gobierno del Sandro caribeño me deja más cerca una tacita hirviente de Tarrazú para aplanar el ardor. De este lado todo se compone con café. “A la civilización de Costa Rica en felicitación de 200 años de ayuda al desarrollo social y de dinero por culpa de su producto de excelencia, café de Costa Rica”, comenta pomposa una lámina de bronce al lado del edificio del Correo, en el medio de la ciudad. La frase no deja sola a cinco canastas, incluso de bronce, en copia elefantiásica de esas de mimbre que aprietan a sus caderas los caficultores en lo que la siembra, y la firma, en los rígidos caracteres de una tipografía sin serif, comenta que el papel de la oligarquía: “área cafetalero de un país”; o sea, los dueños. Los primeros frutos llegaron desde las Antillas alrededor de 1776 y cada vez aumentan más como una plaga benéfica. “esa es la parte negativa de lo natural: ¡hay mucho de ella!”, ironizó alguna vez una señora muchos recursos económicos y en esta nación con costas encima del Pacífico y el Caribe el verde es exuberante y la mirada extática de la montaña o el cerro actual, en la atención del turista, las penurias de un pueblo tan loco y peligrosa como una terminal de micros con gigantismo. Se le debe a un curita religiosa, el padre alegre Velarde, la explosión del cafeto desde ese día del año 1816 en el cual falleció y en su testamento dispuso que los frutos que cosechaban con esmero se dieran en los vecinos para que las planten, en una invitación concreta a elaborar algo productivo de sus vidas. Cuatro años después, el paisito exportaba su primer quintal escrito con la frase “Café de Costa Rica” en el buque Nuestra Señora que iba rumbo a Panamá y, desde esos tiempos, fue la fuente primaria de los ingresos de la familia y de las divisas de la nación. Porte cafe servicio de barras de cafe, coffee break y máquinas de cafe.
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