En Norte América, una mágica del abolengo nacional conversa de sus próceres similares a “los padres creadores” en cuanto hayan sido puestas sus caras en la piedra del Monte Rush more y sentado las partes de abajo una potencia con amistad paternalistas, aunque la historia original abandona el impacto histórico de la bebida bautismal. ¿Serán reales los Norte Americanos de América como son si no fuera por el café? La pregunta retórica podría encontrarse una respuesta en los tutoriales de Historia o en el millón de casa de café ruteras de Estados Unidos, lugar en el que se hacen muchas copias iguales de una mesera con trapo dibujado y cofia de algodón que usaba una jarra de cristal calentada dos veces para rellenar un recipiente por aquí y otro por allá del insípido líquido negro que incluso comenta una forma del ser nacional (en fin, el café americano no es mas que eso: un recipiente de expreso aumentado, una tradición de otro país a la que se le pone agua caliente con el fin de agrandar su cantidad escueta, en los complejos Norte Americanos por lograr a ser mas grandes, mas rápidos, mas fuertes). En medio esos “padres creadores”, nadie más duro ni menos reverenciado que John Adams, el estoico segundo gran gobernador Norte Americano para el que se habría iluminado una oración de decepción (“el segundo es el líder de los últimos”), la cual mayor legado cultural fue una serie pequeña que le dio a HBO y quien amaba a su pareja Abigail, a la que prestaba atención en todas sus sugerencias: “Hay mucha escasez de azúcar y café, artículos a los que la parte femenina del país se resiste a dejar, sobre todo si toman en cuenta que la gran falta de esto fue hecha por los negociadores, que escondieron grandes cantidades”, había acusado con el 1777 la segunda primera mujer. Pero en los antiguos próceres cafeteros, nadie era más salvaje que el jefe John Smith, la persona que en sus ratos ociosos le dejaba su amor grande con la extranjera Pocahontas creo el palacio del café. En el año 1607, el inglés Smith puso la colonia de Virginia, en Jamestown, y aparte de haber puesto el primer asentamiento de Inglaterra en Estados Unidos transporto el primer paquete de café. Trotamundos y necio al igual que cualquier marinero de agua de océano con una golfa en cada costa, Smith posteriormente había viajado por Turquía, en donde tubo el hábito excéntrico: en cima de una flota de tres pequeños navíos mandados por el rey Jacobo I con el fin de hacer pie en el Nuevo Mundo, el habito de quemar, triturar, calentar e ingerir semillas de café fue la mas pequeña de sus rebeliones, tantas que el jefe Christopher Newport mando su muerte en el momento de estar en tierra. Pero le otorgaron una segunda oportunidad para la vida y tuvo tiempo de ser el primer presidente de Virginia y, también, en el primer mandatario anglosajón del continente americano. En medio de sus bulas como mandamás, alargo el habito cumbre del café por todo el Este, que aún lleva tan definida la marca de Europa; incluso se ingería en el buque Mayflower, lugar al que fueron los primeros migrantes de Inglaterra hacia América en el año 1620 transportando un mortero para machacar la semilla; y se hizo correr por los holandeses que usaban el negocio de las remotas Indias Orientales y que eran los “propietarios” de Nueva York, en esos momentos aun la llamaban como “Nueva Ámsterdam” (para el año 1668 se creo la primera referencia impresa al café en la isla de Manhattan, que era el lugar en el que se quemaba y machacaban las semillas, se filtraba en agua caliente y se hacia dulce con azúcar y canela).
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