“¡Colombianos, a cosechar café!”, fue el grito de batalla que se dijo una y otra vez cuando comenzaba del siglo XX, y en el momento que una relativa estabilidad del gobierno permitió imaginar en la economía. Similar a si fuera un Macondo en el bosque, las diminutas granjas eran el centro y la parte más importante del realismo mágico de poca gente y las cercas rojas y las hojas maduras del arbusto del café eran tan simbólicas de la mitología del país que hasta se construían en ramitos para dejar como sacrificio en las tumbas de los difuntos. Para el año 1905, Colombia transportaba y negociaba con 500.000 sacos de café: y al mismo tiempo en Norte América se rendían a las pésimas y hechizos de la infusión incluso a pesar de los reclamos agoreras del Postum, los Estadounidenses iniciaron a tomar en cuenta el olor a frutas y vegetales junto con el sabor dulce de la arábica colombiana, que aun descienden de los cerros a lomo de mulas aunque que el comienzo del ferrocarril se transportaba con más velocidad hasta las costas como puede ser el de Buenaventura; para el año 1914, el comienzo del Canal de Panamá les dio la oportunidad de llevar café desde sus puertos del Pacífico; para el siguiente año, Colombia negociaba un millón de costales de café. Y la Primera Guerra Mundial, que inicio la mayor parte de los negocios europeos (como, Francia y Alemania, los más representativos consumidores del grano colombiano), inicio una explosión del consumo en Norte América, con el café como berretín para los que se dejan guiar por otras influencias: las tragedias de unos son oportunidades de hacer negocios para otras personas. “No tenemos conocimiento de quién es más necio, si Juan Valdez o su burro”: cruzado de brazos al mismo tiempo que Conchita tiene en su lomo enzima su lomo costales de 60 kilos, el granjero dice la estampa del señor latinoamericano. En las notificaciones que dejaron repletas las hojas de los periódicos Estadounidenses (en los tiempos en que una hoja impar de escala sábana era la mayor aspiración de publicidad toda marca con una meta), el cubano José Duval dejaba medio cerrados los ojos e insinuaba una mueca por debajo del bigote, para transportar la calma a la atribulada quiere de hogar del “Middle America”: en Iowa o Wisconsin, los habitantes del lugar transformaron recelo por confianza en la foto de clama del colombiano con rapa color blanco, con ganas por la explicación del advertencia hecha por DDB: “Juan es dueño de una granja en los Andes colombianos, a un kilómetro y medio de altitud. Es hay en donde está el terreno es rica. El habiente es húmedo. Dos causas para hacer el extraordinario café de Colombia. La tercera es la obstinación de los sembradores como Juan”. Por primera vez en la historia, se tomaba en cuenta la forma de la bebida. La Federación de Cafeteros creó el sello “100% café colombiano”, que da como una marca IRAM el contenido del cuartito, al lado al isotipo del cosechador, el burro y los cerros en sus trazos mínimos, justo: unas líneas que parecen vueltas a poner por un esténcil y se juntan a millones, en tanto Colombia se haya transformado en la cuarta potencia mundial de café y en el primero si se toma en cuenta o mínimo la calidad del producto, por lo menos en el inconsciente colectivo, que es el Xanadú de la publicidad. Tres años posteriores de su nacimiento, Juan Valdez llegó a Canadá, luego a Europa y tiempo después al continente asiático. La revista Advertising Age distinguió la campaña como “sorprendentemente original” y, unos tiempos más tarde, en el momento que la frase publicitarios remarcaba la “originalidad” del producto, los arbustos del café tuvieron el buen criterio de cambiar al cubano por un sembrador de verdad, el colombiano Carlos Sánchez. Porte cafe servicio de coffee break
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