Sin ningún árbol y ninguna actora francesa se puede narrar un gran mundo botánico de las ramas, las flores y las hojas, el fruto que da una planta puede resumir todo un universo entero en una sola taza para café, o al menos se puede para un niño prodigio en ensoñaciones, fantástico antes de tiempo de la bebida y de las historias bien narradas: en las tardes de la quinta casa, en gran parte de una casa de soldados de juguete, lo que bien puede servir como un testigo sordo de un folclore familiar donde siempre alguna prima de un momento a otro se volvía loca después de que todos los varones se ponían cabreros.
El barista del paraíso
En las horas sin fin de los sueños de los niños, cuando el sueño me esquiva por culpa de ese último café después de la cena y todos esos monstros inimaginables salían de mi mente para comerme, me envolvía y me quedaba quieto como una estatua envuelto entre las sabanas, siempre cortantes como una mortaja, y conversaba en voz baja con él, que según lo que nos decían en los dictados vespertinos ellos nunca nos dejaban solos. Y nunca pude imaginar y menos explicar cuál era la aprensa de aquel sujeto que me escuchaba pero él seguía vivo en mi imaginación. Incluso establecía algunas pláticas o conversaciones con ellos que solo una persona maniaca o una persona bajo las consecuencias del consumo de café diría, pero finalmente todo lo juntaba en un resuman bastante corto lo que había realizado en el día. Relato que invariablemente comenzaba con la primera micción y el primer café que siempre estaba al final de todos los relatos de lo que había realizado en el día y aun con eso todavía no era capaz de conseguir el sueño, por lo que volvía a comenzar todo el relato de nuevo y tratando de no omitir ningún detalle para hacer más largo el cuento y poder alcanzar el sueño más rápido. Por ejemplo si en la primera vuelta del cuento la empezaba con: tome una taza de café… en la segunda vuelta comisaba diciendo: agarre una taza de café y por su temperatura me costó trabajo acercarla a mi boca pero cuando finalmente lo conseguí le di unos cuantos sorbos bastante moderados para poder acabarla, y en caso de que fuera necesaria también hacia una tercera en la que básicamente contaba cada detalle de cada milisegundo que transcurría despierto en el día. Con cada ronda de relato del día tan solo restaban minutos para poder concluir el día o al menos para poder alcanzar el sueño. Hacer de esto un habito me ocasionaba llegar de diferentes estados de humor al instituto de estudios en donde estudiaba desde las 7:20.
Y fue entonces cuando con mi interés morboso, me integraron los paralogismos entre la diferencia del vino y la sangre de cristo, ya que yo estaba entre los alumnos en su preparación para comulgar, nos reíamos del padre Luis María y de todo lo que el dijera o hiciera, pero si de una cosa estábamos seguros es que él se tardaba mucho en tomarse toda el agua del cáliz y de que la intimidad de la eucaristía se empachaba de ostias, muchísimo más que mojarse los labios con el vino que bebía, aparte como el vino que tomaban era un vino dulce nosotros suponíamos que cuando terminaba la misa, el se ponía dormir un buen rato por la desvelada que se daba a causa de las borracheras que se ponía a media mañana, cuya única cura era una gran taza de café.
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