En donde se diga que la poesía medicinal aun no resumió una sola ocasión de fallecer por exceso de cafeína, la molestia natural por su estado físico y las ganas de ser el personaje principal de la persona que inventa enfermedades harán que la duda le agreda en la cabeza: “¿Y si yo llego a ser el primero?”. Sueña con ver un excelente coffee break y “su caso” examinado en escuelas y centros de salud, exagerado en documentales del programa Discovery o descripto por doctores en los anales médicos pero en eso se le escapa todo su tiempo. Si Woody Allen hizo la diferencia de un sujeto que inventa enfermedades a un alarmista, en el momento que aquel le venga a la mente una dolencia que no tiene y este dramatice a limites inimaginables el síntoma inocuo, un pequeño malestar estomacal siempre da a entender como un infarto masivo, uno y otro realizaran un inventario de las tazas diarias de café soñando usando la única forma eficaz de lograr la inmortalidad: sin fallecer. El inventor de enfermedades no le da miedo la enfermedad, tiene ilusiones con esta; y en tanto consumidor de café, podrá tomar en cuenta como un superhéroe que murió en una tragedia, un Balzac descompuesto que, con la pluma envenenada y a punto de perder la conciencia por tanta cafeína, dar su vida al ritual doctoral. Si el respeto de un señor normal suele estar en medio de los 500 y los 900 miligramos cada día, un nivel químico a considerar se lograra apenas al tomar 10 gramos, o 100 recipientes de café en menos de un día: un dilema deportivo. Con la accion papal de un médico generoso, el actor Robert Young tomaba lugar en el living de una familia normal estadounidense y mencionaba: “Muchos doctores aconsejan a mucha población norteamericana que tomaran Sanka si la cafeína los trastorna en gente irritable”. La mamá se doblaba indignada y al papá, muy tenso por la lectura indigesta de un cuaderno escrito a mano, se le reclamaba “relax”. En el año 1976, Young se encontraba en la parte más alta de su fama al tomar el papel del médico Marcus Welby, un doctor de estándar como los que hoy en día ya no se encuentran, en el programa cómico homónima que se observó a la mitad del mundo. La integración General Foods, esa que había creado en C. W. Post, lo contrató para tomar el papel en los anuncios publicitarios de su empresa Sanka, la más famosas de café sin cafeína en Norte América, que había recibido su nombre por un contrato de inspiración gala: Sans caféine, en la lengua francesa. En criollo, “descafeinado de la barra de cafe”. En inglés, Sanka. Tal vez con los rumores provenientes de la Guerra Fría, el temor estadounidense logro picos de rating: para el año 1980, por primera vez se determinaban el cafeísmo como un desastre mental digno de concentración. El excelente medico Marcus Welby abrazaba la causa de portar sosiego a las casas de Estados Unidos con una taza sin cafeína como curación en contra los nervios y para prevenir de un regaño o un impacto acelerados por el surménage. “sin cafeína: se dice que el café ha seguido el tratamiento se trata de eliminar la cafeína del café de color”: la farmacia determina Larousse, en su obra Café, manual de degustación, no logra para dar la definición que el sin cafeína de refiere para el consumidor devoto: un sacrilegio. Todo el tiempo de las máquinas de cafe hábil en la práctica de los químicos, los alemanes eran muy coherentes en sus actitudes. Si en el año 1819 el alegre Friedrich Ferdinand.
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