Usted es una persona con deficiencia mental: con pocas diplomacias ni remilgos, el doctor es contundente en su medicación, pero nunca se me han comentado algo parecido a la cara, siempre soñaba con ser el caso raro que la ciencia medite y compile en sus anales. Para el señor que fue un infante con sueños de yonqui más que de apaga incendios o de un súper humano, el más distinto sería el de la cafeína, adonde encontraría un refrán romántico en el obituario que en sim el triste final de su vida harían en los noticieros que se transformara en una persona popular, o en el comentario indiferente de las familiares más abnegadas en mucho el sobrino haya reclamado su incineración con el sueño de pasar toda la vida adentro de un envase de café: “falleció de tomar lo que más le agradaba”. En el año 1980, este señor con deficiencia mental (yo) daba sus primeros pasos en Parque Chas al mismo tiempo que en Norte América los últimos suspiros del gobierno a cargo de Jimmy Carter ahogaban al país en la tristeza de la gloria perdida que ni hectolitros de su mayor orgullo del país, la empresa de refresco, lograba hacer menos amargo: el rol de las personas secuestradas en Irán, la carencia del combustible natural y el “discurso del malestar” (así fue como fue nombrado) fueron unas señales de lo que se avecinaba, el movimiento a la derecha de los meses de Ronald Reagan. Posteriormente de unos diez años de “poca fuerza” y problemas emocionales por los homicidios de los familiares Kennedy y de Martin Luther King o por el cambio brutal institucional de Watergate, los hippies regalaron su posición a los vaqueros y a yuppies, los cuales con la prepotencia de sus accesorios en las botas de metal o de sus tarjetas de débito corporativas podrían avisarle al todas las personas que Estados Unidos regresaría a ser la potencia con priapismo que mantenía derecho a todo el mundo, incluso cuando una epidemia ominosa pondría bajo tierra para la eternidad el fantasma generalizado de libertad y disfrutar que se había heredado de los años entre 1960 a 1970. En Gran Bretaña pasaba una situación similar cuando una dama fálica llegaba al poder para concluir con la genuflexión del tecito de las cinco de la tarde y para otorgarle a los sindicatos con un metal. “Con la ascensión de Thatcher y de Reagan al poder y la aparición de una enfermedad mortal conocida como VIH, se transformó notorio que las libertades de todas las causas y colores ya habían empezado a ser limitadas”, narro el crítico cultural norteamericano Peter Shapiro y, en esa seleccionada, se cerraría la matriz de una nueva epidemia mental: “En el centro de un clima tal, hablar de hacer el amor y placer afirmativamente era una expresión tan distinta y provocativa similar a lo había sido declararse el anticristo en el año 1977 y a comienzos de los ochenta el cuerpo devino el principal lugar de la lucha, no solo a motivo del VIH sino, mínimo en los Norte América, incluso a causa del derecho a abortar en vistas a la trepada de la reacción de la religión”. En la nueva moral neocon fogoneada desde las acciones del Bible Belt (el “cinturón bíblico” geográfico donde los reclamos evangélico tiene mucha prédica), las libaciones como provenientes de placer regresaron a ser agentes de disrupción social tan dañinos al igual los agentes de Rusia que, se comentaba, anidaban inactivos tras la apariencia de sonrientes familias de Estados Unidos de Washington o algún otro estado maquinas de cafe y barra de cafe.
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