Para el señor social, vivir es dañarse con un poco más de velocidad. Si fuera verdad la anciana mayor de Honoré de Balzac, para los viejos monjes sufíes, su infusión de agua hervida y judías vegetales hubiera allanado el paso a la longevidad; para los familiares norte americanos sugestionados por las agoreras amenazas de Postum, que era un sustituto de las máquinas de cafe, el café hubiera pavimentado una carretera a la muerte antes de tiempo. En la primer parte de los años 1800, fue el escritor de Francia que se planteó compilar el monumento de la obra de “lo que provoca la raza humana” y, mayor que alguna cosa, fue un señor de su era: la primera descripción de su actitud que sobresale el diccionario es “labor infatigable” y, en su ambición por “darle pelea al registro civil”, similar a la forma en la que mencionaba, estos minutos de labor sin renunciar se les daban al enorme trabajo: compilar sin faltar ninguno de los puntos de la triste historia cómica humana. En su odisea intelectual, se estimulaba con los vicios de esos tiempos, treinta, cuarenta, ¡incluso cincuenta! embaces de bebida diaria. como “todo vicio nace en un placer que el señor quiere volver a hacer incluso después de las leyes cotidianas impuestas por lo natural”, de la misma forma que ya se había dicho, Balzac visualizo en la bacteria de una aberración la cual se esparce a la raza completa: ingerirla en excesivas cantidades de café, de té, de agua hirviendo o de tabaco se transformaría en una persona que asume la responsabilidad de que nuestra raza fuera extinta, porque el señor tiene muy poca fuerza vital que está dividida en medio de todo el sistema en donde corre la sangre, mucosa y con nerviosismo; y la persona que fuera tendría el acceso a realizar suposiciones que esos vicios ingieren las mucosas, por lo cual absorber una en provecho de la siguiente será provocar un tercio que proviene del otro mundo (“en el momento que Francia manda 500.000 soldados a los Pirineos, no los mantienen en sima del Rin”, comentaba de nuevo: “Igual sirve para el señor”). Borracho de café, ambicioso por las cosas sobre naturales que los químicos causarían en las civilizaciones de oriente en lo que las excitaciones patricias se prendían en el Precopa o tal vez en el Laurent barras de cafe(incluso se comentó: ningún tema de lo que hace el ser humano le resultaba algo de lo que no se debía hablar), Balzac se consagró con el nombre de el arquetipo del intelectual cafeinómano incluso en el momento que sus últimos años haya narrado el irritante y esplendido Tratado de los excitantes actuales (1839), o tal vez por esa misma razón, un brulote de treinta hojas del café, con la tirria del señor que inventa enfermedades con la mente pensando de una muerte con el 100% de probabilidades a ser inminente, acaso un hechizo para cansarse lentamente. El planteamiento de la incógnita es clara: a la mitad del siglo XVIII, el químico que se metió a la vida en la vida de todas las personas registraba una “un esparcimiento tan grande y con muy poco control” que las civilizaciones lograrían resultar cambiadas. El apocalipsis no tardaría en llegar con la caída de un asteroide enorme ni con una invasión de OVNIS: lograría ser un veneno que lograría tomar control la manera y el agrado de un café au lait. Fue el lugar en el que los órganos del cuerpo hagan su papel como medidores de los placeres, los señores hallarían un goce loco en la repetitiva. “La Naturaleza dice que todos los órganos tienen su función de la y que todas tienen la misma importancia, en lo que al mismo tiempo que la civilización creaba a los señores una suerte que parecía proporcionar placer”. Porttecafe servicio de coffee break
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