Llego a Moscú con nada de hielo pero con la temperatura bastante baja. Anonadado a causa de la enfermedad de la gente que venía de visita, en la carretera que cargaba desde el lugar donde llego, Sheremetyevo hasta el centro, me dan nauseas con los neones que patrocinaban: un montón de marcas fueron algunos tipos de las marcas más representativas de la bebida (nomás Nescafé, con habitación, y un par de lugares en los cuales sentarse a descansar; o Mak KaΦe, acomodado amante de las armas doradas)y unas tantas tonterías más. Es incomprensible entonces que, posteriormente de casi un día de viaje, tenga mis necesidades naturales: sufro por un café de máquina. DE turista en la Unión Soviética (así la llamo al instante, pero la glasnost y la perestroika hayan llegado a la mayor parte de edad desde ese trauma que lo obligo a abrir los ojos y ver la realidad, fosilizada atrás de una persiana de metal en mi mente de niño pequeño, promovido por lo que leo como un pequeño admirador de los libros y las historias de detectives), por fin me decidí tomarme una taza de café y recuerdo que era un café Moscovita. Muy bonito el tipo de aprendizaje, la salud y el gran cambio (que son mejor conocidos como gulags), pero la diferencia es que lo queremos hacer nuestro a cambio de dinero. Es en eso donde el comunismo haya tomo el lugar por consumismo, la parábola del capitalismo vencedor se pone en los negocios más importantes de tomar café, con sus mil doscientos negocios, lo cierto es que la parte más llamativa para los visitantes es la Plaza Roja, frente del Kremlin y de la dónde está el cadáver lleno de bálsamos al lado de la Iglesia de San Basilio.
Elaboradas justo al final de los años 1800, con sus vehículos futuristas y sus sótanos con vidrio de cristal, fueron detenidos en el movimiento decimo séptimo, cuando les fue otorgada este apodo: enormes recolectores públicos (“café volviendo a ser utilizados) y, en medio de toda esta variedad de atracciones, costaba pensar en las filas que en el tiempo que duro el estalinismo venían iban directo a la plaza para que ahí les proporcionaran un pedazo de pan y de queso, de esta forma alimentarse y conseguir energía. Enfermos de Dolce & Gabanna, Kenzo o Armani, ahora manda la nostalgia por haber pasado mucho tiempo sin una victoria soviética. Dentro de la tienda GUM, ingiero un espresso con el mejor tiramisú que he ingerido en mi vida entera (en recipiente y junto a un par de vainillas en vez de coronas) en Gastronom N°1, un negocio el cual da servicio todo el día y bendecida con las delicias que todo mundo tenia, todo tipo de bebida alcohólica o caviar, que fabrica barias de estas con la finalidad de tener mejor calidad de visión con las antigua provisiones soviéticas en un distinto quinto ejercicio de ostalgie, como lo cuentan: como en el filme Good Bye Lenin, las mejores memorias de la desgracia. Muy cerca de 1567, el todo el tiempo estoico sociedad de Rusia tuvo sus amistades con los componentes del café, pero no fue a través de la bebida: los inventores Iván Petroff y Boornash regresaron del continente asiático con novedades sobre una infusión con temperatura alta y estimulante, pero con ellos no llevaban ninguna pisca de ella para tomarla como ejemplo; apenas en 1618, después de una travesía terrestre que llego a durar casi dos años ,asiático transporto hasta en frente del zar Alexis.
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