Una luz pequeña y veloz oscura corrió por toda Gran Bretaña. En el año 1652, Pasqua Rosée que se dedicaba a escribir, inauguró la primer taberna de café en una pequeña parte de Inglaterra y fue la persona que empezó a publicitar las buenas acciones medicinales del fruto: en la avenida St. Michael, en Cornhill, el puesto se anunciaba con un espectacular que tenía en el un dibujo del rostro de la misma persona, como el día de hoy los locales de café de norte América se hacen notar con la testa de una persona mitad señora y mitad pez verde con un objeto metálico en su cabeza. En la obra London Coffee Houses (“Las cafeterías en Inglaterra”, en el año 1963), Bryant Lillywhite, que solía ejercer la profesión de historiador narra que el escudo se hizo famoso como símbolo de propiedad patrocinar en anuncios digitales con poca duración y que para ese tiempo más de cinco decenas locales se identificaban con el símbolo del cráneo de sus creadores, lo que pudo dar inicio a la expresión “cabeza de turco”. Los malos olores del colado, los debates eternos y el ambiente más pesado que se genera entre los señores que vigilaba en las casas de café (“había mucha gente que no paraba de estar moviéndose de un lado a otro y me acorde de una manada de ratones en una quesería que termino en un fracaso; el lugar tenía un olor a tabaco, como el cuarto de una barcaza”, se crispaba un cronista de los esos tiempos) estimularon el desconocido censor de la gente con mayor poder, que solían se los protectores de las buenas costumbres de Inglaterra. En la Escuela de Cambridge, se propusieron que “todos los que tengan una reputación popular que vayan a las cafeterías sin ser autorizados por sus de sus profesores serán sancionados de acuerdo con el reglamento para los que incurran baria veces en estas faltas de bares y cafeterías”. En Buckingham, Carlos II aceptaba su Proclama para la supresión de las cafeterías que eran “el principal punto de reunión de flojos y gente que solía prestar poca atención”; pero la autoridad quedaba impotente en la prohibición del vicio para el alumno de Oxford o el negociador de Lloyd’s que, aun en la comisión de una falta, corría el riesgo de una temporada atrás del talento de una taza caliente (“a Seguro lo retiraron capturado”: en la literalidad de la interpretación de un niño, la frase siempre me revolvía el estómago. Muchas veces por mi madre como conjuro contra la confianza antes de alguna prueba, despertaba en mí los miedos que compartía con el único británico que quise, Alfred Hitchcock. ¿Y si la ley de la cuadra quiere retirarme capturado? ¿Y si soy acusado por un delito que no hice? En su juventud como cockney londinense, un lapso selló la matriz de sus obsesiones de adulto, el mentiroso culpable o la persona común sometida a casos especiales: como sanción de una mala acción, su padre le pidió a un vecino policía que metiera unas horas en la cárcel. Mi trémula noción de tratar de hacerme el héroe alguna vez me llevó a pensar como un Montecristo detenido por el único delito del que podría ser responsable: tomar mucho café).
El capital no entiende de moral. Aun con complicaciones, las casas de café de Inglaterra continuaron el camino fundacional de Lloyd’s y alumbraron algunos de los tratos más increibles de la historia, como la Baltic, donde nació la Bolsa de Transportes Marítimos, o la Jerusalem, donde se inicio la maravillosa empresa de las Indias Orientales. Portte maquinas de cafe servicio de barra de cafe coffee break para empresas
Síguenos