Por costumbre en las máquinas de cafe, los horarios de trabajo habían fluctuado bastante durante un día como durante toda la semana: a las horas libres del ‘lunes sagrado’ y también del martes le seguía un esfuerzo frenético y horas que se hacían eternas al termino de siete días”, narro el historiador Brian Harrison en el diario Drink and the Victorians que traducida al español significa (“La bebida y los vencedores”), un trabajo que fue puesto para que todo el mundo lo leyera públicamente en el año 1971 que estudia que tanto afecto la industrialización en los hábitos de bebida de los británicos: “Los primeros trabajadores de las barras de cafe requerían inventar un nuevo ritmo de horas laborales fluido e inducir a sus trabajadores a entrar y salir de sus trabajos a una hora exacta. El gasto en maquinaria elaborada y cara dio a la mano de obra exacta y corrida de los trabajadores un valor mayor que al esfuerzo espasmódico de su energía física. Una vez que ofreció ese requerimiento, las guías de bebidas cotidianas se vieron obligadas a cambiar”. Si en su corta historia del tiempo, el científico Stephen Hawking se hizo muchas veces la misma pregunta “¿cuál es la naturaleza del tiempo?” o “¿hubo un inicio o existirá un término en el tiempo?”, el reloj causo grandes disturbios y monopolios en Europa para dar respuestas, reglas y normas al devenir errático de la naturaleza y se valió de un compañero fundamental en la obligación de despertar a los hombres para que vayan a trabajar a la fábrica, años antes de la creación del radio-reloj: el café.
Ese mejoramiento en la exactitud del tiempo dio lugar en los mismos diez años en que la gente consumidora de cafeína se aumentaba el número de gente en España, Venecia, Francia, Holanda, Inglaterra y la mayor parte de los países de Europa”, publicaron en los servicios de coffee break Bennett Alan Weinberg y Bonnie K. Bealer en El país de la cafeína: “Cuando dio lugar la normalización cronométrica, el uso de un analéptico se transformó en una obligación práctica para regular el sistema biológico del ser humano, debido a que daba la posibilidad a la gente de cumplir las exigencias de los tiempos que constantemente estaban cambiando, y el único analéptico adecuado, para facilitar la posibilidad de disponible, bien aguantado, inocuo y de buena calidad era la cafeína”. Desconcertados, con mucho sueño, sin dormir en las máquinas de cafe, esa gente de Europa fueron los las ratas de pruebas en la rutina de transformarse en esclavos del tiempo y, si hasta entonces la cerveza era su mescla usual para el desayuno, la comida, y la cena, en la infusión pudieron hallar un “señor de sobriedad” que los ayudara a lograr sus responsabilidades de los 60 minutos. “Tiene lógica comentar que la combinación del tiempo y la cafeína debió haber sido fundamental para el desarrollo de la civilización actual”, fue lo último que dijeron Weinberg y Bealer: “Y tal vez no es alejarse si se afirma que la sociedad moderna de servicios de cafe, al menos como la conocemos actualmente, no pudo haber sido algo simplemente pensado ni levantado sin haber combinado para que se hiciera realidad”.
¿A poco es mentira que, como la temperatura del agua o lo bueno que sean los granos, el tiempo es un factor fundamental para realizar un café de cálida, en los precisos 25 segundos que requiere la máquina express para completar una taza o en los cuatro minutos pedidos para el contacto del agua y el grano triturado en una prensa de Francia? En la barda de un bar en Roma, un ristretto es una medida de su reloj, que es solo 120 segundos (en los asientos de cualquier cafetería moderna, el latte es una travesía en el espacio, la promesa de estar una hora en Miami sin subirse a algún transporte, ni cruzar por Migraciones).
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