La tierra fue creada por el planta. Aun hecho en el arte de la religión más barrial, mis pensamientos del génesis es aún más sacrílega que la explicación del cambio de las especies: en nuestra forma de vida como fieles al café, todos somos hijos de un yuyo. hecho más en medio de cuadernos que en la calle, informado de las primeras nociones de heroísmo en las aventuras de la colección Robin Hood que me dio mi padre, en esos mamotretos de fuerte selladura dura color amarillo pude viajar en el mar al lado del Tigre de la Malasia o sentirme tan aislado como el último de los mohicanos; aunque mis expectativas de victoria como lector fantasioso nunca hallaron ahí la gesta que me hizo ser un adulto, y también un amante de una bebida color oscuro, la exploración de un marino de Francia la cual, incluso contemporánea de los originales piratas del Caribe, atravesaron el mar en una misión delirante: transportar una plantita pequeña y débil desde el viejo continente asta a América y crear, sin querer, un continente. ¡Una tierra! En el año 1714, para festejar la firma del Tratado de Utrecht entre España, Francia, Inglaterra y Holanda que colocaba punto final a la Guerra de Sucesión española, los holandeses le formaron un regalo al rey de Francia Luis XIV, en señal de buena fe: un arbusto de café transportada desde las remotas Indias Orientales. Terriblemente desconfiado, el primer rey sol pensó que el cafeto era solo un ardid para intoxicarlo y al mismo tiempo, con las ganas de mantenerlo perfectamente ajustado, mando que lo escoltaran en un invernadero hecho ad hoc en el Jardín de las Plantas de París. Si el cuento negro del café está hecho por militares, visires, papas y monarcas que nunca confiaron del líquido, en el obsequio al rey anida el germen de un viaje especial y la inauguración mítica de un grupo de países ya que un día sagrado en 1723, en medio las bulas de verdad que disponían condecoraciones o cortes de cabeza, se formó de que ese televisor raquítica tuviera su propia conquista de América. En el año 1686 o en 1687 ya estaba recién nacido en la nación de Dieppe, una pequeña nación pesquero normando, un aristócrata nombro al igual Gabriel-Mathieu Francois D’ceus de Clieu, que le sobraba la capacidad para haber sido el personaje principal de un comercial de Emilio Salgari si Emilio Salgari no hubiera estado tan anticolonialista. Nacido en una familia que tenía posesión de un pájaro en peligro de extinción con el pico abierto en señal de batalla al igual que un escudo de armas y de prisa desde pequeño por una precio de expediciones, Gabriel de Clieu se enredó en la Marina con apenas quince años y, en otros quince, fue sobre todo una persona que carecía de sus habilidades para hablar: dijo todos los meandros del Caribe de Francia, recibió incontables honores, batallo en contra de los maleantes del mar, se metió en casos de matrimonio cuatro veces, tuvo seis herederos, llegó a ser jefe de estado del archipiélago de Guadalupe y falleció solo y sin riquezas en Francia pero, antes de ese suceso, hizo la tarea difícil que lo transformo en el héroe maldito de la llegada del café al Nuevo Mundo, o “la parte mayor creciente de riquezas de los cárteles coloniales de los vicios”, al menos lo que decía el significado de su historia. Desvelado por hallar nuevos pretextos para sus expediciones por los siete mares, se enteró de que muchos colonos estaban tratando transportar café para plantar en el Caribe, todo el tiempo con resultados desastrosos.
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