Maquinas de cafe – el cafe en París.

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París un lugar perfecto para las máquinas de cafe, forzó al Emperador y a toda su gente a pararse en el camino. Con olor para las traiciones, y en medio de una veda de café, olfateo el penetrante olor del grano de cafe que en ese entonces no estaba permitido; siguiendo el rastro del olor, como el roedor taimado de la película Ratatouille en camino a la olla, acabo en el jardín de una parroquia inundada del efluvio cafetero en una tarde tórrida y, para mejor consternación de los chupamedias que acompaña a cualquier encargado, sea el que fuera su medida, increpó a un obispo que quemaba… café: “Reverendo, ¿de esta manera es cómo servicios de cafe usted obedece con el mandado del Emperador?”, preguntó con el truco retórico del que habla de el en términos grandes: en tercera persona. Ágil para la copia, el párroco contesto: “Sí, su majestad, hago exactamente lo que usted ordena: quemar todos los productos de la colonia”. Si en el cuadro de Jean- Léon Gérôme el Gobernador se exhibe extático frente a la Esfinge durante su viaje a Egipto, se dice que ahí es en donde habría llegado un rayo de luz a su vocación por la adivinanza y el juego de palabras. El folclore oficial dice que la astucia del párroco en servicios de coffee break ocasiono la risa franca de Napoleón, pero de todos modos era un aficionado desde pequeño a el café (es mejor conocida por su frase “el café fuerte en abundancia me regresa energía, me entrega ardor, fuerza y una cierta irritación especifica que no deja de parecerme grata”), los impulsos excesivos del pequeño diablo nos llevaría a pensar que el padre tuvo la oportunidad de haber acabado sus días a la siendo desconocido. Rey de Francia, Emperador de Italia, cuidador de la Confederación del Rin, anhelante conquistador de los pueblos más conocidos, a Napoleón maquinas de cafe no lo detuvo ni siquiera el frío de Rusia: el manual de Historia nos demuestra que los cirílicos tienen tanto orgullo que prefirieron quemar totalmente a Moscú primero que verla rendida ante el francés. Y eso fue lo que sucedió, por el año de 1812. Atrapados en el Kremlin después de la conquista devastadora, el pequeño general tuvo que escapar de la ciudad, seguido la violencia y el hambre pero, en las prisas del escape, se llevó con él una palabra de las barras de cafe que el la gente lo tomó por parisina, tal vez por la acentuación aguda: Bistró, que en Francia y ya en la mitad del mundo será sinónimo de café pero que en Rusia su significado es “veloz”. En sus prisas frenéticas, el general francés era un visionario, un hombre de lo que viene en lo que ya paso que decidía el pulso del futuro: la obsesión decimonónica por el dominio del tiempo. Que ocasiono algo dicho y hecho en los bistrós moscovitas, en donde aún en la actualidad los mozos se comentan y relevan enfrente de cualquier noción de comida rápida y se hace infinita en una lentitud chejoviana, tardando veinte minutos en solo preparar un café, tal vez en copia a la prisa del gobernador que, siempre en las necesidades la guerra, reclamaba a su valet: “Vísteme con lentitud que estoy traigo prisa”.

Reloj, hagas tu función: en donde un tic-tac agá memoria de un irreparable dolor si café, una letanía a la velocidad de un bolero acompañará al atribulado que se detenga a ser paciente, o no aguante, en la mesa que fuera del bar con el propósito de poner a que martillera de frente como respuesta a sus problemas: “Porque razón voy a perder la cabeza”. La vista se da a perder en el pocillo.

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