En la otra frontera del océano, el fruto ello un lugar cómodo para ocultarse de las naciones escandinavos, que ya habían amenazado obsoleto ese adicto del gobierno en el siglo XIIX que sancionaba a “a las malas intenciones para las que se ingería el café y el té” y que ya habían logrado llegar al punto de ser algo absurdo: la retención de embaces o superficies planas para verter comida. Fue en entonces cuando la autoridad máxima Gustavo III de Suiza se puso como meta lograr comprobarle a la gente que el café era algo muy dañino para la gente, el negocio de las semillas se transformó en un negocio recreativo en la versión friolenta de la autoridad con ningún tipo de humedad. En una cómoda elipsis que marco un momento importante para recordar, casi cuando terminaban los años 1900 las naciones nórdicas se habrán transformado en los más grandes personas que consumían café en la tierra (15 kilos por persona cada 12 meses, más o menos y la unión soviética, el tianguis del café más veloz: 57.000 toneladas cada 12 meses en contra 30.000 de los británicos o 28.000 de asiáticos. Al principio del siglo XIX, el gran cambio de los bolcheviquenses derogó todo lo que el gobierno no quiso mostrar y cambio por la poca de lo que no estaba permitido: por los 74 años que duró la Unión Soviética, la bebida fue muy difícil conseguir, entre los negocios GUM hacían maravillas para conseguir la armonía que no podía ser comprobada en medio de las comodidades ornamental y el racionamiento de alimento, con las colas de habitantes rusos con hambre que exigían una posición estatal y tolerar bajas temperaturas hasta la Plaza Roja, en el lugar la única “bebida controlada” al alcance de la sociedad fueron el té que se llevaba desde el continente asiático o la India. Yen los años 1900, la leyenda contemporánea de los nuevos oligarcas rusos (¿alguna persona dijo “delincuentes”?) confinó el viejo samovar a los valores de casa y sumo a la internacional casa de café: el espresso se daba igual que en Roma en locales con escudos de otras naciones, igual que en suiza Nescafé o en Estados unidos Starbucks, que siembra su bandera verde en el antiguo imperio: los pequeños recipientes que funcionan con la temperatura y hacen muchas veces la misma forma de matrioshka, y cuesta lo mismo que un latte proporcionan un lugar cómodo, con casa eléctrica, fuego y todo ,en el alrededor duro. “además de la paradas del transporte público, que son en verdad enormes, con más de lo bonito de la capital Rusa, no hay otro lugar donde hacer un alto, reposarse, e inhalar. No hay bebidas, o más bien están majo tierra o escondidas, al final de traspatios que hay que saber porque no hay leyes, y si preguntas algo a un transeúnte te da una mirada como si lo hubieras agredido”, narro Carrére en Limónov, llamando la triste reclamación del poeta maldito: “los habitantes de Rusia saben morir, pero continúan sin cambiar de ineptos en el arte de la vida”.
Igual que una señora Bovary floja, la humilde señora se aburría en los comunes kaffeklatsch, esos encuentros sociales muy alemanes donde la bebida era justo el pretexto para darse al chismorreo de la vida de las otras personas. Menos un “Quijote con prendas de señora”, según el significado de Ortega y Gasset, que una esposa con inconforme, resulta la súper héroe de este cuento, incluso estaba estimulada por el medio burgués del cual era propiedad, que la empujo ya no a salir a buscar de molinos de viento.
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