Mala sangre. El lirico con una maldijo, de pelo claro y combinado, ya hecho un desastre al igual que un pichón, se exilia en el centro del continente Africano y así poder observar cómo se experimenta ser todo un señor y ahí se deshumaniza. La parábola, que inicia al igual que una aventura de comienzo, concluye con la enfermedad, la enfermedad y el fallecimiento. A finales del siglo XIX, Arthur Rimbaud, súper héroe tristemente para la gente con distintas emociones, se dio sitio en Harar, Etiopía, el lugar que estuvo clausurado para que la gente que no perteneciera hay en los años debido a un señor musulmán dijo que ese día en que metieran a una persona que no fuera devota todo finalizaría. La ensoñación heroica causo que creyeran de nuevo en los exploradores que, en sus anárquicas calles sin poder ser reconocidas ya que no tenían ninguna forma de diferenciar unas do otras, grupos grandes de felinos comían a los u otros felinos proporcionaban un completo sistema poblacional: se devoraban a los indigentes. La ciudad de Harar se encontraba amurallada, tan apartada de la sociedad que solo en medio de sus muros se comunicaban con una lengua que pocos conocían. Y en ese lugar fue donde se ocultó el enfant horrible que se empezó en la poesía a los 15, se retiró a los 20 años y, en lo que esto se llevaba a cabo, se otorgó a todos los desarreglos posibles en su afán de alteración de los sentidos. ¡Qué sucedería con los poetas sin los excitantes actuales! En medio de sus grandes tiempo de opio y ajenjo (“el princesa verde”), feliz de haber sido tomado en cuenta “el pequeño más depravado de Francia”, Rimbaud tenía un trauma con otro estimulante que se lo habían presentado como una persona que ingiere en esas reuniones de poca gente de mesas de materiales exóticos los cuales se empeñaba en destrozar y que había observado en su estado natural al momento se enroló al igual que un niño del ejército holandés en la tierra rodeada de mar Java; si de puerto tuve el berretín del heroin chic en mis cómicas versiones de vicioso, al igual que muchos otros infantes-ostra, cómo no querer a Rimbaud, el jefe de jefes de todas las personas desviados que se fueron del mundo para comercializar con el café. Distinguida por Madinat al-Awilya (“la Ciudad Santa”), Harar se para a 1885 centímetros en sima del mar, en el valle occidental de un estado de África y es una metrópoli caótica que contiene 110 mezquitas para 150.000 personas. Los sembradíos de café crecieron en este tipo de lugares bendecidos para ser cosechados hace 15.000 años e incluso hoy en día las semillas etíopes, a lado de Jamaica y Yemen, son los que más demanda tienen y también los más caros del mundo (los anuncios de los bares cafetaleros más enteradas proporcionan “Harar” entre sus destinos tipos: el hipster ama a Rimbaud al igual que al café). En este lugar se cosecha la semilla de la variedad longberry, bastante grande y sabor afrutado, el componente finalmente encontrado en la genética arábica y su negociación es equivalente al 60% de la economía de un país poco evolucionado como Etiopía, en donde conseguir internet es más complicado que encontrarse al Profeta en túnica. Por aquí nada más, más de mil años, el pastor Kaldi miro cómo su rebaño se volvía loco posteriormente de mascar el fruto de una planta. Ya al finalizar del siglo XIX, el emir portaba unos cuantos años echados de su país y los franceses, desde siempre comenzados en el gusto por las cosas perfectas.
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