En los inicio del siglo diecisiete el café era aún una bebida exótica y que igual que otras sustancias extrañas para la época como el azúcar, el cacao y el te, inicialmente era utilizado como un recurso medicinal por las clases altas principalmente. Durante los siguientes 15 años los Europeos fueron descubriendo poco a poco las bondades y beneficios tanto en lo social como en lo medicinal de la bebida procedente de Arabia.
El café se comenzó a vender en las calles italianas por los que se conocía como vendedores de limonada que también vendía chocolate y licor.
Las primeras barras de café que se abrieron en Venecia lo hicieron alrededor del año 1683, y de hecho a la que se tiene considerada como la primera, tenía el nombre de la misma bebida, es decir, café, rápidamente se convirtió en un sitio sinónimo de un lugar para compañía amistosa, animada conversación y comida, que de hecho son elemento sociales que normalmente se relacionan con la acción de tomar café.
Curiosamente, a pesar de la subsecuente preferencia y gusto que habrían de desarrollar los franceses hacia la oscura bebida, en un principio se tardaron en adoptarla, quedando por detrás de italianos e ingleses. El café habría de ser popularizado en Francia gracias a un embajador Turco, que ofrecía a sus contrapartes francesas la exótica bebida, pero en realidad les seguía pareciendo una simple novedad, habría de pasar algo de tiempo hasta que fuera realmente de consumos regular.
Los doctores franceses, al sentirse amenazados por las supuestas características medicinales del café, empezaron un contraataque para tratar de desacreditar su consumo y evitar la mayor propagación de barras de café para su consumo.
En un primer intento comenzaron una propaganda que decía que se contemplaba con horror el hecho de que el consumo de café interfería en el gusto por el vino que era considerado la bebida nacional. Posteriormente en un recursos de seudociencia, un joven médico atacó al café diciendo que afectaba fluido espinal y que generaba convulsiones, parálisis y hasta impotencia. Obviamente estos señalamientos eran completamente infundados y no tenían bases científicas.
Afortunadamente unos años después otro médico francés de nombre Phillippe Sylvestre, habría de escribir un libro defendiendo el café con mucha intensidad.
Este libro habría de tener una fuerte difusión, lo cual, definitivamente iba a impulsar el consumo de café aunque no habrían de para aquí los obstáculos a los que se habría de enfrentar.
Debido a este nuevo impulso que recibió, un inmigrante italiano abrió su propia barra de café justamente enfrente de la Casa de la Comedia Francesa, un lugar histórico, lo que propició que los actores comenzaran a frecuentar, pero también personajes como escritores, músicos, dramaturgos y demás, para tomar café y sostener conversaciones artísticas y literarias. Tiempo después el café habría de atraer a famosos personajes como Voltaire y Rousseau. De esta manera el café comenzaba a tomar verdadera importancia con el apoyo de tan notables personajes.
Ciertamente como mencionamos en un principió, el café propició que declinara un poco el consumos de alcohol mientras crecía el número de cafeterías donde se sucedían horas de conversación e interacción que terminarían en convertirse en el foco de la revolución francesa.
Los franceses en realidad no consumían el café como originalmente lo hacían los Turcos, que era tostando e hirviendo el café, sino que lo hacían mediante el método de la infusión que era molerlo y luego filtrar agua atreves de el y después descubrirían lo que sucedía si endulzaban la bebida y le agregaron leche.
Había obviamente fanáticos del original sabor amargo y fuerte del café pero definitivamente con estas nuevas versiones se lograba que el café adquiriera más adeptos y más apoyo para las batallas que habría de seguir librando a lo largo de la historia.
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