Algunos cuentan la existencia de casas de café en donde se debatía sobre el gobierno, en otras se discutía sobre la economía y en otras se discutía de medicina o literatura; básicamente en todas se discutía de temas de interés general y que las secciones de los periódicos actuales nacieron como una copia en hojas de esta sección de la realidad, con diarios como The Spectator o Tatler, este fue creado por el espíritu emprendedor de un zar mediático de nombre Richard Steele que, como cualquier otra persona norma la su edad, comenzó a anunciar un tema reducido en unos cuantos renglones que publicaba cada semana en los brulotes más repetidos entre los parroquianos y, para no dejar ir el espíritu de cotilleo, repartió equitativamente en pedazos con la responsabilidad de los “corresponsales” otorgándole a cada uno algunas cafeterías. “Voy tomando el control de toda galantería, placer y entretenimiento en los locales del señor White; toda la literatura, en el de Will; todas las noticias de fuera del país y dentro de él, en el de St. James; y todos los pedazos de información culturales, en el de Grecian”, hizo que Steele llamara más la atención y que sobresaliera. En caso de que sea verdad que, para el reconocimiento desastre que aman los reporteros, una buena noticia no es noticia, las propias casas de café británicas no lograron pensar que en corto tiempo ya estaría ocupado su lugar en las hojas de Obituarios en el enorme diario de la vida. Para 1750 la clásica cafetería de Inglaterra, epicentro de gente con mucha cultura, política y económica de la realidad moderna, había fallecido. Con un formidable empleo de lobby que aun en la actualidad es un ejemplo de cabildeo para gobernantes e intermediarios, la empresa del oriente de India logro convencer a la población de que el té, el fiel producto que cosechaba en sus flamantes lugares en India, era más sano que el café porque no está siendo considerado una necesidad quemarlo ni masticarlo ni comérselo fresco (ni siquiera copero que una plaga de roya, que alguna plaga afectara de una manera muy fuerte a la planta productora de granos de café, diezmara los plantíos de Inglaterra en la pequeña y abandonada isla de Ceilán). No estar solo provocó aprobar el relajo del té, que disminuyo los impuestos para la hojita e hizo que naciera un ritual de pompa y circunstancia que son repetitivas puntualmente a las cinco de la tarde en las tazas de café de la mujeres y de los hombres afeminados; las antiguas c asas de café, se encontraban entre la espada y la pared a causa de estar a punto de desaparecer para siempre, comenzaron a ofrecer bebidas con alcohol de muy mala calidad y se transformó envares con muy mala pinta debido a lo que hacía hay dentro y a la gente que solía asistir a ellos, y eran esos los lugares en donde pocos hombres con recursos asistían, pero iban los que eran mañosos. Para 1800, solo quedaban doce.
Fue lo que dijo y lo que el mismo tuvo que hacer para que se cumpliera, la antigua admonición de las autoridades de Cambridge y de Carlos II convertida en algo real. En la privacidad de sus salones reconstruido sobre los restos de la antigua taberna de Jerusalén, gente rica hasta más pobre y ciegos por su obsesión del poder, los hombres de la empresa del oriente de India proporcionaba con una taza de té: en una traición hamletiana, el príncipe que nació en taza de oro había asesinado a su progenitor.
Síguenos