“Nerviosismo. Rutina. Indigestión. Ni una droga fuerte, como se conoce que es el refresco, debería ofrecerse a todo mundo de una manera distinta a su físico natural, y de ninguna forma sin el reconocimiento de la persona que hace uso”: una serie animada puesta a la venta en los periódicos de esos tiempos acortaba la guerra personal de Wiley que, hasta el final, hallaba la cafeína como responsable de las nuevas malestares de un territorio que crece. El proyecto acabó en un juicio muy anunciado a comienzos el 13 de marzo del año 1911, nombrado con el pomposo “Norte América Los Estados Unidos en contra cuarenta toneles y veinte barriles de refresco”, la cual era la cantidad que había podido quitar. Por sus estrados pasaron testigos laicos, remilgados químicos que determinaron a la cafeína como “un químico mortal”; pragmáticos, negociadores que observaban en el refresco un filón millonario; epicúreos, doctores que balanceaban el efecto nocivo con las ventajas como estimulante; y religiosos, fundamentalistas que daba como excusa que el consumo de refresco daba ganas a relaciones sexuales que debilitaba las defensas de las niñas y aumentaba los pocos instintos en los muchachos, en unos pensamientos profana que duro hasta las danzas de la década del ’60 en los lugares más lejanos, fueron cuando las mamas advertían a las hijas de los peligros de ingerir un refresco con medicamento como sucedáneo del estimulante de las relaciones sexuales, un Viagra de venta sola en el Club Comunicaciones de Agronomía, líquido y listo para menores de 18 años. El jurado erro a favor de la compañía, convencido por el fuerte argumento de sus defensores: si la cafeína estaba acompañándola desde la receta original del anciano Pemberton, no puede tomarse en cuenta como un aditivo. Archívese. En la cumbre de su conocimiento como cuidador de la salud, Wiley abandono un año después. Pero las tonterías de la mitad del mundo ya acusaban a las empresas de refrescos, aunque la empresa se había puesto como meta el resultado del juicio a exponer a menores de 12 años en sus propagandas (trato de caballeros que mantuvo, con menores y mayores niveles de cumplimiento, hasta 1986). “No tenemos conocimiento de ningún otro vicio que desfase las emociones del otro y que su uso que le daban los muchachos sea o haya sido legal, aparte tenía que ser aceptado e inspirado por los mayores”, narraron Bennett Alan Weinberg y Bonnie K. Bealer en La tierra de la cafeína. Adultos frecuentes a compartir un café con sus hijos consienten la ingesta del refresco, con chocolate o guaraná. Y si el café fue el monje oscuro de las infusiones en épocas de inquisiciones, el refresco disfruto de los favores del santo bebedor. En el año 1931, pocos meses antes de que falleciera Wiley, un gordo anciano de pelo facial claro y sombrero frigio rojo apareció portando una bolsa de obsequios y agarrando del pico de un contenedor contour: similar a la “onda dinámica”, una marca registrada en Estados Unidos. Desde entonces, el padre Noel se aparecía como una criatura mitológica de vestimenta verde o una persona delgada de porte estoico. Pero el artista suizo Haddon Sundblom, contratado por el Departamento Creativo de la empresa de gaseosas y de máquinas de cafe más importante del mundo, creo el rito de navidad más duro al ilustrarlo a un obeso bonachón que cumpliera, solamente, con unos pocos requisitos: que usara los colores de la fábrica. Y que cambiara su actitud como si amara el azúcar. Y de la cafeína. Inspirado en un comerciante retirado de los refrescos, Sundblom invento una foto icónica para todo Occidente, que se expandió en mucha publicidad, álbumes de figuritas, figuras de colección, decoración para locales. Portte cafe de máquinas de cafe, barra de cafe y servicios de coffee break.
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