Post estuvo casi un año entero dentro del sanatorio de Battle Creek y ni los enemas ni los baños congelados con electricidad colaboraron a sanarlo de los nervios. Orillado por el fanatismo cristiano de su pareja y de una familiar, ilumino una idea: toda enfermedad era causada por una “idea errónea”. Voluntarista y mágico, comenzó a pregonar las buenas cualidades de la sanación mental. Se paró debido a que se lo propuso. Y durante el almuerzo se le comprobó la epifanía: creó un sustituto de café ya no realizado a base de los frutos del cafeto más bien de los cereales de los que se alimentaba en la mañana. Se transformó en un gurú de la vida saludable y, de la misma forma en toda parábola en la cual el alumno no le es fiel a su tutor, deserto el santuario de Kellogg e inauguró el suyo, a cortos avances del original, y lo llamo Hostal La Vita. En su segunda vida, de la misma forma un Lázaro redimido, disfruto de las consecuencias de una metamorfosis actualizada: delgado y de espalda ancha, se paró derecho en su pose, se le hicieron blancos los dientes, se le convirtió más brilloso el pelo. Con el estampado de un guapo de cine en los meses en que la familia Lumière grababa sus primeras películas, saco a los caminos con el alma de un trashumante para portar a los recolectores su especialidad del circo: con un horno que podía llevar a todos lados y un poco de su bebida, calentaba la combinación durante veinte minutos y compartía el brebaje como hechizo para la salud total. Actualizada en su valor físico y mental, en los tiempos muertos narro una obra que, probablemente al igual mantra de convencerse el mismo, llamo I Am Well! (“¡me encuentro en buen estado!”), en donde evangelizaba enzima las buenas cualidades de la sanación mental y adoctrinaba: “no olvide, usted puede recuperarse de cualquier enfermedad corriente borrando la bebida y la su fatal alimentación, e ingiriendo Postum”. Probablemente de la misma forma una burla propia de su pasado como cliente neurasténico, C. W. Post invento el personaje Mr. Coffee Nervous (“el hombre Café Nervioso”), que en las que en lo que compartía con todo el mundo se encarnaba en la persona de un Pierre Nodoyuna de bigote en punta que surtía irascibles brulotes en contra de la bebida. Para el año 1897, Post gastaba 20.000 dólares por cada treinta días en patrocinio (¡mucho dinero!) y, a pesar de no disponer de ningún fundamento científico para calificar esta bebida de tal como una “adicción oral”, aventó un peligroso proyecto en su contra, colocando la roca basal de una mala reputación que dura hasta el día de hoy: el Postum se produce en una dificultad de construcciones pintados de un color claro conocido como White City (“comunidad clara”) y, en el centro de todo mundo, se paraba el Templo de publicidad, en donde un rebaño de redactores propagando iluminando causas en contra de la bebida. Justo en el tiempo que era indagado acerca de los motivos fácticos para echar a la basura la infusión, Post se escudaba en su enigmático “existe una causa”, que acabo siendo el eslogan de su marca. “¿Su toque de miedo es la costumbre de tomar café? ¿Acorta su tiempo de horas laborales, aniquila su fuerza, lo avienta a una jauría de perros mestizos, embota la sangre pura que le sobra y neutraliza toda clase de esfuerzos para ganar racha y dinero? agarre Postum”: la retórica exagerada de los avisos enseñaba a viciosos irrecuperables, señores agresivos, mujeres sin paciencia, familias completas aventadas al escarnio de la infelicidad por su vicio a las máquinas de café.
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