El café en Costa Rica

maquinas-de-cafe-costa“¡Muy cerca…!”. Los bares del sur de américa no tienen ruleta, tienen bolillero como en una lotería de familia, y en frente la improbable aparición de un nuevo rico por bendición del poca probabilidad, el croupier festeja con un llanto: “¡Muy cerca…!”. Juego unas piezas en una tarde de calor sofocante, en la que la parte inferior del se pegan al piso de San José y, si un capo cómico de Argentina se investía con charreteras y plátanos como el jefe de Costa Pobre para imitar las penurias de una ciudad castigado a pasar el resto de sus días en el oxímoron (una millonaria sin dinero), esta tarde ya no tengo mis últimos colones en el casino y almaceno las carencias que me quedan para alimentarme. “Vida única”, al igual saluda por acá. “Pura vida”, contesto. Tengo mucha hambre. En la cocina restaran Jardín Cevichero Mexicano (ecuatorianos, peruanos, mexicanos, ¡esta es la original hermandad del continente americano!), un porrista de improbable cobertura caoba interpreta una cantidad con vida, con música de nuestro Sandro, que unidamente interrumpe para felicitar en el acople de un micrófono al señor de Argentina honrado que se le da la gana de probar el plato común, picantísimo: el gallo dibujo, un rejunte de arroz y frijoles oscuros o rojos de la cual forma de gobierno se pelearon costarricenses y nicaragüenses. Me dan ganas. Una esfera de calor me cubre el rostro, un medio de transporte caliente desciende por la garganta hasta la boca de la pansa y por ese palpitar, en frente el manso que todos hacen por instinto que me da las ganas de ingerir un recipiente enorme de cerveza, me comentan que no lo haga, que eso es peor: si es verdad que no hay agua (¡ni birra!) que logren quitar tanto fuego, un gobierno del Sandro caribeño me deja más cerca una tacita hirviente de Tarrazú para aplanar el ardor. De este lado todo se compone con café. “A la civilización de Costa Rica en felicitación de 200 años de ayuda al desarrollo social y de dinero por culpa de su producto de excelencia, café de Costa Rica”, comenta pomposa una lámina de bronce al lado del edificio del Correo, en el medio de la ciudad. La frase no deja sola a cinco canastas, incluso de bronce, en copia elefantiásica de esas de mimbre que aprietan a sus caderas los caficultores en lo que la siembra, y la firma, en los rígidos caracteres de una tipografía sin serif, comenta que el papel de la oligarquía: “área cafetalero de un país”; o sea, los dueños. Los primeros frutos llegaron desde las Antillas alrededor de 1776 y cada vez aumentan más como una plaga benéfica. “esa es la parte negativa de lo natural: ¡hay mucho de ella!”, ironizó alguna vez una señora muchos recursos económicos y en esta nación con costas encima del Pacífico y el Caribe el verde es exuberante y la mirada extática de la montaña o el cerro actual, en la atención del turista, las penurias de un pueblo tan loco y peligrosa como una terminal de micros con gigantismo. Se le debe a un curita religiosa, el padre alegre Velarde, la explosión del cafeto desde ese día del año 1816 en el cual falleció y en su testamento dispuso que los frutos que cosechaban con esmero se dieran en los vecinos para que las planten, en una invitación concreta a elaborar algo productivo de sus vidas. Cuatro años después, el paisito exportaba su primer quintal escrito con la frase “Café de Costa Rica” en el buque Nuestra Señora que iba rumbo a Panamá y, desde esos tiempos, fue la fuente primaria de los ingresos de la familia y de las divisas de la nación. Porte cafe servicio de barras de cafe, coffee break y máquinas de cafe.

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Café Brasil

coffee break-maquinas-cafe22“Brasil es lo mismo que la bebida oscura y el café son los oscuros”, comento en el año 1880 un gobernador decorado por una coima millonaria aunque, incluso en la prebenda de la corruptela, no logro evitar que la “ley-café-con-lácteos” intentara, al menos en las maneras, mejores condiciones de vida para los trabajadores del grano. Cuando acabaran los años 1800, el costo del commodity subía en todo el mundo pero los terrenos cariocas se encontraban acabados. La apertura del primer ferrocarril hasta Santos cambio a los burros transformándolos en una forma de carga de este producto, que eran reclamados hasta quedar con los lomos rotos al transportar con sacos de sesenta kilos. ¡Ah, las postales del progreso! En el año 1874, el rey mando un mensaje a el continente Europeo por medio de un alambre submarino; en el año 1889 ya se habían construido 9.700 kilómetros de vías férreas, que llegaban o se iban desde las costas de Río y de Santos, haciendo seguro los suministros a los cafetines europeos. Con el metro, las fazendas con el tiempo se abrieron para todos lados y los nuevos trabajadores del café, con telégrafos y son uso de la electricidad, eran avances al lado de los viejos capos de Río. Con la restricción de la esclavitud, los hombres se decidieron a aumentar un sistema de colonos: pagaban las vistas de gente que migraba de varias naciones Europeas, a los que les regalaban un hogar, un sueldo magro y un montón de plantas de café para que se responsabilicen de ellas. Aunque había una trampa y en ese momento fue cuando les reclamaban que les regresaran los gastos de transporte en inaccesibles cuotas y, como era ilegal dejar solos a las cosechas antes de pagar las deudas, los peones pronto hallaron que eran trabajadores sin maltratos y tampoco con la obligación de participar en sexo en grupo y los suizos y los germanos planearon una manifestación. En el Imperio del Café, ni de uno ni de otros: el gobernador beige finalmente logró que el sistema se hiciera responsabilizara de los gastos de transporte de los trabajadores, que iniciaban a laborar de cero, sin deuda atraída. Y de esta forma, en medio de los años 1884 y 1914, más de un millón de habitantes de Europa cambiaron a los africanos en la siembra del café; la mayor parte de ellos, provenían de Italia o de Alemania con pocos recursos que tocaban suelo carioca sin saber absolutamente nada del portugués y que posteriormente regresaban muy desmoralizados a sus terrenos o se transformaban en prósperos terratenientes, similares a Francisco Schmidt, un prusiano que llegó a ser el veterano de la fazenda Monte Alegre, en Ribeirão Preto, con muchos de cafetos y un comercio que hacía de él un jeque sentado sobre un pozo de otra clase de oro negro. Erguido automáticamente al igual que el “el tercer Rey del Café” en un foro de la clase social más baja posteriormente del señor Henrique Dumont, que fue el siguiente, y antes de Geremia Lunardelli, que fue el cuarto y el último, herr Schmidt fue un sistema actual en los límites de los años 1900, que dotó a su granja de un ferrocarril de uso personal, un sistema de comunicación y cobertura de doctores para muchos habitantes de la zona, ya sueltos del yugo de las deudas pero amarrados sin cuerdas para el resto de sus vidas a la suerte del patriarca; en medio de ellos, libres de la forma en que se puede ejercer la libertad si uno es pobre y labora dieciséis horas cada día y descansa en un hogar prestado.

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El imperio del café

servicio-coffee-break“Aprovechando que me lo comentan con mucha fineza, le comento, mozo, que el momento que viene la perdida no va sola. Inicia y no hay quien la frene, aumenta como cosa barata, de ingerir general. La felicidad, a diferencia, no prende, es un arbusto extravagante, de cría complicada, de poca cosecha, de corta duración, no se da bien con el sol ni con el agua ni con el aire, necesita atenciones diarias y el abono bien puesto, ni seca ni húmeda, es una cosecha de mucho dinero, de personas con poderes adquisitivos altos, con mucho dinero. La felicidad se guarda en champaña; la cachaça solo no deja sola las partes tristes, si es que las acompaña”: si las primeras frases del profesor Jorge Amado en el primer capítulo de la historia Teresa Batista agotada de la batalla no hablaran de una mujer de cobre con fijación por la felicidad, similar a si fuera una orquídea extraña, con facilidad podrían hablar del café: “La trastesa es un arbusto resistente, se mantiene sin necesitar cuidados, aumenta sola, se transforma frondosa, se la ve todos los caminos”. Como el cafeto. La terra roxa del Brasil daba brotes y brotes en fincas que a veces eran de tener dos o 3 millones de arbustos, ubicuas e indestructibles, salvajes y sin control, que formaron un millón y pobresa (más fortuna para los ricos y más miseria para los pobres, como suele suceder desde que el mundo es mundo). Fue ese el lugar en el que los historiadores distinguieron los tiempos como la Era del Imperio del Café, el imperio natural fue estropeado en una locura de peste, hambre, batalla, muerte y romanticismo. “Él vive de la forma de un auténtico magnate”, aprecio el cura de norte América J. C. Fletcher, arrobado por las comodidades como muchos curitas poco franciscanos, en su miradas a una fazenda cafetería de 16.500 kilómetros en la primitiva Minas Gerais cercaos al siglo XIIX. En sus periódicos turísticos, se sorprendido con una cuenca de plata de cincuenta centímetros de diámetro que tenía que ser llevada por tres sirvientes, se asombró ante un grupo de quince artistas que interpretó la obertura de una canción y se animó en frente del coro de morenos que canto unos salmos en latín. La granja era la cocina de Silva Pinto, todo él excedido como un Fitzcarraldo con exceso de cafeína, pero perfectamente podría haber sido la de Monito Campert, el francés Louis Francois Lecesne o la de Pedro Rossi, el capitoste portugués de vicios mesiánicos que se había nombrado como “el barón de Grão-Mogol”. En el pueblo de Río Claro, su mismo pedazo de tierra rodeado de mar del médico Moreau cercano a San Pablo, aun se relatan los cuentos del terrateniente que formo un régimen de esclavitud customizada, en el que sus sirvientes tenían consecuencias con cuatrocientos puñetazos de sus manos de cinco dientes y los obligaban a ser parte de su sexo en grupo populosas en los sótanos de la casa gigante: bacanales en el cual se daban a todas las posibilidades amatorias conocidas y los hombres se tomaban por la noche la bebida que los esclavos cosechaban por la mañana. Se cuenta que el barón dijo a su mujer de loca y la dejo dentro veinte años en un altillo. Que era el padre de decenas, ¡cientos!, muchos, hijos no legítimos de sus esclavas. Que reconoció en su testamento a quince de esos inútiles como suyos. Que tenía harenes de infantes. Que golpeaba a sus obreros hasta causarles parálisis fulminantes. Que los amarraba a un anillo de acero puesto en el piso.

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El desconocido café

coffee break vidrio“Básicamente desconocido en los trópicos, la recompensa prohibido, simulada en una llamativa fruta llena de carne, estaba bañado de una forma de ser seductora y excesiva”, narro la estudiosa Ana Luiza Martins en su cuento do Café: “El Líquido era relacionado a las mesas de gente con poder económico y formales de las cortes europeas, provocado la armonía calificada. Era inevitable que, después el ejemplo de los mitos y los curiosidades que cubrían su camino en Oriente, su destino al sur del Ecuador incluso había trabajado para conseguir una construcción idealizada, al sabor de la característica emocionante de la misma bebida, pero no fuera por los ricos momentos de su consumo, todo el tiempo asociado a los lugares civilizados, en donde se ingería para la celebración de los sentidos y, por qué no, del afecto”. El señor amable de Brasil dio un paso a la historia siendo reconocido como el emperador de la señora francesa, con su uniforme de caballero (¡qué capa! ¡qué gorro!) en media faena de seducción por el arbusto de café; un constructor del héroe de folletín que, en la urgencia del ardor, volvería a pasar los tristes trópicos de la separación y del poco consuelo, y si es verdad que todos los cuentos ya has sido creados, el amor muerto bien podría ser colocado de inspiración para el programa antiguo, similar a la persona que hizo inmortal este y todos los desencuentros apañados a la sombra de una cosecha: Café con olor a señora. En Belém, el señor Pancho se transformó en terrateniente. Él era un mazomba, el hijo blanco de unos portugueses colocados, de nacionalidad y formado en la colonia. Como propietario de la costosa planta, creo su único arbusto de café en Pará, que en su momento tuvo terreno en exceso y para la explotación le exigió al gobierno la compra de una centena de parejas de servidores: era más accesible tener gente de África “nuevos” en vez de cuidados médicos a los “que ya llevaban más tiempo”; por lo regular la vida en las fazendas solía ser de siete años. Algunas hojas verdaderas del año 1734 guardan las inversiones agrícolas del señor y la multiplicación geométrica de sus terrenos. Fue el primer granjero de la nación que actualmente es la mayor potencia cafetera, más o menos con tres cuartos de la producción mundial. “Era el comienzo incipiente de la formidable travesía económica del ‘oro verde’ en el Brasil”, narro Martins. Los arbustos aumentaban de tamaño hacia todos lados: desde los cafetales de Belém se transportaron a Minas Gerais, Espíritu Santo, Río de Janeiro, San Pablo y Santa Catarina. Las semillas se sacaban con rumbo a Portugal desde las costas de Río y de Santos. En el continente Europeo y los Estados Unidos, lugares frías que nunca disfrutaron de la fortuna de la naturaleza para plantar café, el consumo siempre iba aumentando y, para cuando acabara el siglo XVIII, el movimiento en las Antillas había dejado a la isla La Española sin probabilidad de satisfacer la demanda. Era el tiempo de Brasil. Para el señor Steven Topik, que era un experto en commo dities latinoamericanos (distingue perfectamente los componentes de la sal y de las drogas),“Brasil no daba respuesta solamente a la demanda mundial, sino que colaboraba a formarla al hacer gran suma de café a una cantidad económica para las clases trabajadoras de Norteamérica y Europa”. Ya en los años 1800, con el gobierno portugués que estaba situado en Río posteriormente de que Napoleón la sacara de Lisboa, el Brasil se tomó como “imperio del café” y el arbusto cubrió los morros cariocas. Máquinas de café Servicio de coffee break y barras de cafe

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Los morenos y el café

maquina servicio coffee breakEn el país del Café con lácteos, el beige es el un animal y comida representativa de la nación. La piel de los morenos hace juego con el verde de los morros y en lo que ingiero un espresso en Ipanema miro que el café clarito del recipiente marca el paradigma del tipo carioca, el de la dama dorada combinación de flor y sirena o el del señor bronce sin tan solo gen negado a ser un deportista. Fugado a Río de Janeiro en el momento que no puedo fugarse a Argentina de “esa tristeza de la noche que va haciendo negra”, según lo dijo con exactitud y belleza Manuel Puig en su programa del ocaso carioca, llega el atardecer tropical. Aun sorprendido por las luces de la tarde, el cafezinho se me reclama como último subidón antes del lado oscuro mojado que el lugar donde todos los felinos son pardos. “¡Operaςao lei seca, toma café!”, exigían los espectaculares de la calle en las calles principales que llevan a la costa o la laguna; el ver a futuro para evitar situaciones de riesgo vial desalienta de ingerir alcohol, todavía ligerísima para ingerir para nada, y se combina con unas ganas nacionales, tan constitutiva del país similar a la frase voluntarioso “organización y avance”: el café. Si en a finales del siglo XVII, en lo que se ilustraba los palotes del Brasil acyual, el primer presidente de las personas normales Prudente de Morais llamo el ascenso de la oligarquía cafetera al Poder Ejecutivo, sus feudos en San Pablo y Minas Gerais cimentaron lo que en ese tiempo se conoció como la “política café-con-leche”: un sistema de dominio muy similar en los ricos aportaciones que las familias patricias tendrían es posesión la bebida paulista y el lácteo mineiro. Cien años después, todos ingirieron la bebida beige y los más amorosos tienen la memoria que esas ganas fueron provenientes de un romance tan prohibido al igual que el de cualquier culebrón, ya que los relatos de corazones normales siempre acaban siendo melodramas. En el momento que los terrenos de Brasil aun eran vírgenes del arbusto un entuerto romántico creo un castillo. En el año 1727, un desacuerdo en las fronteras de dos naciones con la Guyana de Francia (al igual que el resultado de ese acuerdo de Utrecht que decía que la paz en medio de los habitantes de Europa y que acabo con la ofrenda de un arbusto de café al rey Luis XIV) reclamo la mediación de un profesional con habilidad. Y se dirigió hacia ese destino desde ese lugar fue enviado un amable soldado portugués/brasileño de nombre Francisco de Melho Palheta: segun los gustos de la esos tiempos, todo un guapo. ¡Qué pómulos afilados! ¡Qué bello facial puntiaguda! El amor tenía una operación de gusto general (volver a establecer el borde de un país convenida en el lago Oiapoque) y una operación que nadie conocía: transportar para el Brasil unos granos de café, que habían metido a las Guyanas desde Surinam y que las autoridades vigilaban con celo enfermizo. Al igual que antes los árabes y posteriormente los holandeses, los capos de las colonias tenían instrucciones específicas desde las metrópolis para cuidar el cepo en sima del escándalo y no tener que pasar por la situación de que el arbusto, creador infinito de placeres sensuales y estímulos intelectuales en las cafeterías de Europa, cayera en manos (¡terrenos!) de otras naciones. Todo esto conto con pompa diplomática el señor Claude de Guillonet, Señor d’Orvilliers, autoridad de la Guyana de Francia, en una comida ofrecida en honor del mediador. básicamente, nunca le darían los frutos, en previsión de que el Brasil no se comenzara en su cosecha.

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África y el cafe

maquina cafe caliente noMaafa, maafa, maafa maquinas de cafe. En la orilla geográfica oriental de África, los grupos suajili no paran de decir la palabra con el peso ominoso del hechizo en contra una maldición: mafamafa. Suena en las barriadas y en las instituciones escolares de nivel superior, el sonido del corta pelo y el médico, se va a la realidad en los periódicos y la discuten en las reuniones públicas, con el sonido triste que acorta tres centenas de exageración: Maafa significa “desastre”. Poco tiempo después de la locura de Gabriel de Clieu asea las fotosíntesis, los arbustos que producían café se dividían por todo el continente Americano y en lo que la infusión cargaba en sus hombros la promesa de no tomar a los habitantes de Europa mojados en alcohol, los lugares de Centroamérica requerían ayuda. Nada cara. Sin cobrar. Fue ese el lugar donde un buen hombre de nacionalidad Francesa pidiera su barra de café au lait y de esa forma reclamar la cabeza de la máxima autoridad, o un noble de Inglaterra que sus todas sus tardes estará en la mesa de su “escuela del penique”, los lugares caribeñas hacían a destajo los recursos primarios para llenar esos recipientes y el mar Atlántico se transformaba en el camino de mucho tránsito para llevar a los servidores del continente africano en su diáspora hasta las Antillas, en ese sitio eran vendidos para sembrar la caña de azúcar, el algodón, el coco o el enorme descubrimiento de los tiempos: el cafeto. Se dice de a muchas de las víctimas del holocausto africano. Maafa. “África fue desangrada de sus materiales humanos por todos los caminos posibles”, narro el historiador congoleño Elikia M’bokolo en el diario llamado Le Monde Diplomatique: “por medio del Sahara, del océano Rojo, desde las costas del mar Índico y a por medio del Atlántico. Mínimo unos diez mil años de esclavitud que ayudaron a la cultura (desde el siglo IX al XIX). 4 millones de gente esclavizadas transportada por medio del océano Rojo, otras 4 millones por medio de las costas suajili del mar Índico, más o menos 9 millones en el camino de las cuevas transsaharianas, y de 11 a 20 millones (según le convenga al creador) por medio del mar Atlántico”. Por ese medio llegaban hasta Haití, el lugar en el que los residentes de Francia cosechaban la semilla en amplísimas sembradíos de plantas de café merecedores del arbusto que el general De Clieu había portado hasta Martinica: unos diez años después de haber sido conquistados en el continente americano, el gobierno de Francia comenzó a transportar 30.000 esclavos cada 365 días para transformarse en el principal generador a nivel mundial de café y pelea el escándalo que los holandeses mantenían desde el sudeste de Asia. “Una fea ironía se formó en el momento que los africanos llegaron al Nuevo Mundo en busca de una mejor vida y se toparon con estas personas para ser esclavizados y para recoger los frutos de un arbusto robada, de una manera parecida a ellos, de África”, igualo el escritor Stewart Lee Allen y, ahí en ese lugar Haití haya iluminado a “los parias del Caribe”, como dice el significado de Mario Vargas Llosa, el pequeño archipiélago antillana que compartía con la República Dominicana tuvo un rápido tiempo de fama al igual que el centro del mundo cafetero. El plan agresivo para negociar de los franceses tuvo un resultado favorable inesperado y rápido. Como dice el historiador del café Mark Pendergrast, “pero parezca sorprendente, en el año 1788 Santo Domingo llevaba el control de la mitad de la producción mundial. Por consecuencia, el café que ayudaba a Voltaire y Diderot era hecho de la peor manera para forzar a otras personas a hacer el trabajo difícil”.

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De Clieu y las barras de cafe

rojo-barra-cafeEl 8 de octubre del año 1723, De Clieu rompió del puerto de Rochefort para comenzar la travesía del café que se pensaba manso y con pocos conocimientos, aunque que se basa en una gesta tan sorprendente como famosa; transportaba muy pocas sustancias adictivas más codiciada de los tiempos y, en un especial caso de videncia idiomática, nombro su navío con el nombre que unos doscientos años después agarrarían el sobrenombre de los traficantes que atraviesan vicios en los límites de los países; le coloco Le Dromedaire, en español: “El camello”. Doce días posteriores de salir, el navío fue atacado por delincuentes marítimos tunecinos pero sus dos decenas y media de cañones los persuadieron para que era favorable colocar proa hacia a otros barcos con menores armas. Las grandes tardes de abulia por debajo el sol del Océano Atlántico hundieron a De Clieu en un estupor de persecuta: si es verdad que el hecho de ser loco no significa que en serio no te correteen, con el acento actante de un loco se persuadió de que infiltrados con nacionalidad Holandesa se habían puesto en Le Dromedaire: las regiones en Borneo, Java, Célebes o Sumatra se habían transformado en enorme productoras y máquinas de café y, al igual que los árabes algunos siglos antes, las naciones con menos oportunidades querían mantener el escandalo mundial del punto en la época precámbricos de la infiltración laboral, usando al máximo los materiales que tuvieran cerca de ellos: metiendo saboteadores en los navíos que lograran llevar plantas y granos o rompiendo las granjas de otras personas con pólvora y chispazos. Lastimado en la poca confianza, De Clieu se dio en días a hallar al traidor, aunque en ningún tiempo logro hallarlo: “Es tonto decir todas las complicaciones que enfrenté para ayudar a mantener con vida mi frágil arbusto de las manos de un señor a el cual le causo celos la felicidad que tenía de ser más útil para mi nación”, narro en su diario de viaje. Ya en esos tiempos, ya estaba loco con la plantita, muchas de la especie típica, con la que conversa en un tono de voz bastante moderado y que había permanecido en su hogar con una suerte de la granja portátil: una caja de material proveniente de un árbol con paneles de reja de alambre, en donde se lograba respirar pero la cubría el roer de los roedores, y un techo de vidrio, en el cual atrapaba la luz y calor. En lo que transcurrían 24 horas, caminaba en la borda agarrado de la caja; en la noche, se metía en su camarote y descansaba acompañado de ella. Le daba todos mis esfuerzos más corteses a ella. Para la peor parte no faltaba mucho tiempo para que empezar. A aproximadamente cientos de kilómetros de la costa de Martinica, una lluvia tropical quebró el casco de Le Dromedaire y, en la probabilidad dura de un naufragio, el jefe mando que se tire por la esquina cualquier cosa superfluo, incluso lo que les quedaba de agua para beber, excepto su planta. La lluvia pasó pero la paciencia pequeña se develó al igual que una amenaza incluso más grande: en la quietud del Caribe, los aires no soplaron en siete días, catorce días, veintiún días, ¡treinta días! En el barco permaneció quieto, la decisión de aventar el agua ingerirle se convirtió en un error terrible: se puso unas estrictas reglas de inteligencia que darían la facultad a los viajeros tomar únicamente la mitad de una taza por día y, en el terrible sueño de la sed, primero padecieron calambres y posteriormente alucinaciones. En medio de una fiebre. Porte barras de cafe.

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Se transporta el arbol de cafe

cafe-crista-barra-maquinasLa tierra fue creada por el planta. Aun hecho en el arte de la religión más barrial, mis pensamientos del génesis es aún más sacrílega que la explicación del cambio de las especies: en nuestra forma de vida como fieles al café, todos somos hijos de un yuyo. hecho más en medio de cuadernos que en la calle, informado de las primeras nociones de heroísmo en las aventuras de la colección Robin Hood que me dio mi padre, en esos mamotretos de fuerte selladura dura color amarillo pude viajar en el mar al lado del Tigre de la Malasia o sentirme tan aislado como el último de los mohicanos; aunque mis expectativas de victoria como lector fantasioso nunca hallaron ahí la gesta que me hizo ser un adulto, y también un amante de una bebida color oscuro, la exploración de un marino de Francia la cual, incluso contemporánea de los originales piratas del Caribe, atravesaron el mar en una misión delirante: transportar una plantita pequeña y débil desde el viejo continente asta a América y crear, sin querer, un continente. ¡Una tierra! En el año 1714, para festejar la firma del Tratado de Utrecht entre España, Francia, Inglaterra y Holanda que colocaba punto final a la Guerra de Sucesión española, los holandeses le formaron un regalo al rey de Francia Luis XIV, en señal de buena fe: un arbusto de café transportada desde las remotas Indias Orientales. Terriblemente desconfiado, el primer rey sol pensó que el cafeto era solo un ardid para intoxicarlo y al mismo tiempo, con las ganas de mantenerlo perfectamente ajustado, mando que lo escoltaran en un invernadero hecho ad hoc en el Jardín de las Plantas de París. Si el cuento negro del café está hecho por militares, visires, papas y monarcas que nunca confiaron del líquido, en el obsequio al rey anida el germen de un viaje especial y la inauguración mítica de un grupo de países ya que un día sagrado en 1723, en medio las bulas de verdad que disponían condecoraciones o cortes de cabeza, se formó de que ese televisor raquítica tuviera su propia conquista de América. En el año 1686 o en 1687 ya estaba recién nacido en la nación de Dieppe, una pequeña nación pesquero normando, un aristócrata nombro al igual Gabriel-Mathieu Francois D’ceus de Clieu, que le sobraba la capacidad para haber sido el personaje principal de un comercial de Emilio Salgari si Emilio Salgari no hubiera estado tan anticolonialista. Nacido en una familia que tenía posesión de un pájaro en peligro de extinción con el pico abierto en señal de batalla al igual que un escudo de armas y de prisa desde pequeño por una precio de expediciones, Gabriel de Clieu se enredó en la Marina con apenas quince años y, en otros quince, fue sobre todo una persona que carecía de sus habilidades para hablar: dijo todos los meandros del Caribe de Francia, recibió incontables honores, batallo en contra de los maleantes del mar, se metió en casos de matrimonio cuatro veces, tuvo seis herederos, llegó a ser jefe de estado del archipiélago de Guadalupe y falleció solo y sin riquezas en Francia pero, antes de ese suceso, hizo la tarea difícil que lo transformo en el héroe maldito de la llegada del café al Nuevo Mundo, o “la parte mayor creciente de riquezas de los cárteles coloniales de los vicios”, al menos lo que decía el significado de su historia. Desvelado por hallar nuevos pretextos para sus expediciones por los siete mares, se enteró de que muchos colonos estaban tratando transportar café para plantar en el Caribe, todo el tiempo con resultados desastrosos.

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Marcas de máquinas de cafe

maquinas de cafe nuevasAvanzando de manera lenta, todas las tabernas de Italia y de las naciones cercanos comenzaron a poner sus fábricas express, con el nombre de Gaccia o fabricadas por fábricas de los rivales que imitaron y mejoraron el sistema. En los crudos tiempos de la posguerra, en los pueblitos italianos aun disponían con los escombros y los joyeros del Ponte Vecchio de Florencia se jactaban de haberse salvado de la destrucción por la roca del presidente Hitler, fanático exigente de la arquitectura renacentista, Gaccia mutó de apellido normal a nombre propio del renacimiento industrial: al igual que el Fiat 500 o la motoneta Vespa, un escudo de la recuperación prodigiosa o una profecía acerca de lo que estaba a punto de pasar, poderío monetario de Italia. En el flujo de un siglo a otro, la pujante Gaccia acorto una resumen historico de la globalización: un año antes del siglo XXI fue comprada por la creadora de las máquinas de cafe Saeco International Group, que al mismo tiempo se transformó en una filial más de la de personas de todos los países del mundo, holandesa Philips. Décadas posteriores del fallecimiento del creador, que en medio sus últimos deseos dispuso que su sello incluso negociaran máquinas de cafe para las habitaciones, suceso que paso justo en el año 1977, las opciones de pistones, explosivos y porta filtros se toman en las anónimas oficinas acristaladas de una organización. Es hay el lugar en el que la compañía Gaccia puso bajo el agua a una nación, y posteriormente del todos, con su creación, una emoción se formó de carne (¡crema!) en medio los injeridores: con la máquina express apareció la espuma en sima del servicio de coffee break que, cuentan los estrictos parámetros del barista, es un requerimiento obtener mínimo tres milímetros de espesor y su defecto en la textura, muy pesada o muy chirle, puede ser causa duros debates en una taberna al igual que el Sant’Eustachio (pero el bebedor con experiencia nunca le sumo azúcar al café, que se haga en este lugar la “prueba del endulzamiento”: para rectificar la pericia en el preparamiento de la espuma de un espresso hay que distribuir el azúcar por arriba de la bebida; si permanece encima de la parte superior en medio de 3 y 10 segundos, la crema está en su textura perfecta). Desde la mitad del siglo XX, una nación de fanáticos intenta desentrañar la contraseña misteriosa de una bebida tan perfecta y, incluso en el momento ninguno penso que en ese número 365726 pueda esconderse una contraseña que remita a los masones o a los Médici, similar a los cuentos del oscurantista superventas Dan Brown, otras encuestas de las cifras dan gráficas para alcanzar una cantidad como el que se logró tener hace unos años en el Taller de comida de Huesca, en España: posteriormente de arduas deliberaciones, se acabó que “el buen espresso tiene 30 mililitros de café, sacados entre 20 y 30 segundos, aunque en pensamiento serían 25”. En duro, la medida se saca con 7 gramos de café en polvo tanto que podría pasar por un colador, atado con una fuerza de 15 bares, para que cuele agua a 90 grados y emita esa mítica crema de 3 milímetros. En los años finales, con la multiplicación de “cavernas” de las barras de café que congregan a las personas más fieles de la bebida, el espresso se formó al igual que el tipo de preparación más rico: ¡incluso existen triunfos mundiales de su preparación! Para el australiano Andrew Wear, filósofo de la Escuela de Tasmania, la “apariencia del espresso” dibujo una elipsis desde la razón de ser de la comunidad italiana hasta su redefinición como una bebida camaleónica amada por grandes grupos, por la calidad de “experiencia definitiva”.

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El proceso de ingerir cafe

maquinas-barras-cafe-negroEl proceso de ingerir el café dura poco, el entuerto y si el espresso acorta el espíritu tónico de los tanos (emoción, enojo, potente, corto, en fin: retacón y castigador), la casa de cafe Sant’Eustachio condensa la historia sucedida recientemente en Italia: enfrente del congreso, detrás del cementerio y cerca de la Piazza Navona, que con sus mesas en la vereda fue un personaje importante de los folletines de la dolce vita y el frenesí de los paparazzi, conjuga lo santo y lo secular: el venado significa la charla del pagano Eustachio al cristianismo y el espresso se ingiere de parado al lado a la barra o sentado en la vereda con la tradición de un trabajo religioso, en cuatro tragos que mojan la boca con el sabor de un grano quemado en un horno de madera. Slurp, slurp, slurp, slurp. O se me olvidaba. Así es desde el año 1938, cuando fue creado en que el café Sant’Eustachio abrió sus puertas en el medio de la capital de Italia y el momento en que la máquina express, una creación italiana que cambiaría toda la vida la historia de café en el mundo, recibió de la Oficina de Patentes el número de fábrica 365726. Doce meses antes de que esto sucediera del inicio de la Segunda Guerra Mundial, con Roma en el poder del fascismo que se había cobrado la carrera de bastantes personas inteligentes gracias a Mussolini (se conoce que Il Duce no quería mucho a los sujetos inteligentes y que incluso odiaba el café), un hombre de nombre Achille Gaccia, alegre emprendedor del lugar Robecco sui Naviglio, cerca dela ciudad más grande de Italia, en la parte superior geográfica llena de fábricas de Italia, uso sus días y sus tardes de no poder dormir a la luz de su mayor invención, una oda a la emoción cafetera, posteriormente de muchos intentos y una creación. Tenía ganas por los inventos de sus vecinos que lo habían precedido, al igual que Angelo Moriondo, que a finales del siglo XIX había intentado una máquina antigua, Luigi Bezzera y el servicio de coffee break, a principios del siglo XX termino un armatoste bastante bien hecho y poderoso para habitaciones en renta y restaurantes, y Desiderio Pavoni, a comienzo s del siglo XX compró la patente de Bezzera y nombro una línea para hacer negocios de cafeteras que aun pululan por las tabernas con el slogan y el escudo pintado: “La Pavoni”. Pero Gaccia logro hacer trabajar la primera cafetera express actual de funciones bastante sencillas, con una cisterna electrónica que hacía correr el agua encima del café y su mezcla con mucha presión. ¿No fue una ironía bonita de la lengua que lo que está a la mitad de la presión sea la “taberna”, la frase homónima al lugar en el que ingerimos el espresso para el que es principalmente importante la presión? Con 5, 9 o 15 tabernas o barras de cafe de presión social, la máquina express fabrico la erogación del trabajo manual de las personas, sacó la infusión de los fogones y la junto a 210 voltios y convirtió de su noble cosa, el espresso, otra razón para el orgullo de los habitantes de Italia, al igual que los lácteos solidos como el parmesano, los tenis de piel o el trasero de Sofía Loren. Durante unos meses, con la emoción entrona de todo negociador con buenas habilidades, Gaccia logro convencer a las cafeterías italianas (inicialmente las de arriba; posteriormente, a las de abajo, el sitio en el que se opusieron a salirse la cafetera napolitana) de las bondades de su creación y en medio ellos primeros emocionados estaban los dueños principales del Sant’Eustachio maquinas de cafe, que en su mítico horno a madera perfeccionaron la fórmula del tostado italiano.

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