El cafe central

barra de cafe y granosUn loco de 24 años de nombre Adolf Hitler en las tardes sentado en frente a una libreta de proyectos en el Café Central en lo que al mismo tiempo rasguñaba las ganas de formar un gran artista pero se echaba a perder como estudiante mediocre de la Escuela de Bellas Artes de Viena. Y siempre a medio día, a la salida de la empresa de carros Daimler, el croata Josip Broz se acababa los días de trabajo en las tabernas en lo que iluminaba sus pensamientos de “socialismo feliz”. Al igual completo de Yugoslavia, el territorio-engendro que se encontraba justamente de ser creado, el mariscal Tito hayo en las dulcerías vienesas una idea para su proyecto de que el hedonismo puede ser proveniente de otro partido. Comunista con clase, el “dandi rojo” narro un cuaderno que mandó hacer de a miles para distribuir entre sus compatriotas: no una versión pirata de El libro rojo de Mao o El libro verde de Kadafi sino El libro de cocina de Tito, una recopilación de 255 hojas con las recetas para hacer un pollo a la Kiev o un café vienés. “La cultura del café y la noción de la discusión y los distintos puntos de vista en las tabernas fue una parte importante de la vida vienesa, por lo tanto y en este momento”, narro Charles Emmerson en el año 1913: In Search of the World Before the Great War (“1913: en busca de la tierra antes de la Enorme Batalla”), un cuaderno que sigue la causa para contar esa imprevisible cumbre histórica. La Biblia y el calefón, en once lenguas aparte del alemán. Tal vez más que en otro lugar, las tabernas cafetaleras vienesas sacan provecho de la cafeína como carburante intelectual: si es verdad que parte de eso que las convirtió tan importantes es que todas las personas las frecuentaba, en el rejunte comió de una combinación de intereses y disciplinas con el café como hilo conductor y con diferentes saberes revueltos en un promiscuo revoltijo. Sentado hacia el fondo del Landtmann, Freud semblanteaba a los parroquianos que ingresaban, y al mismo tiempo la polémica en la taberna hacia un folclore de sabihondos y suicidas. “Había un emigrado de Rusia poco famoso, de nombre Trotski, que en la Primera Guerra Mundial tenía la costumbre de jugar al ajedrez en la cafetería central de Viena todas las tardes”, narro Manfred Mann en su obra Coffee Houses of Europe (“Cafeterías de Europa o barras de cafe de Europa”): “Era un refugiado ruso muy común que hablaba mucho, aunque era similar totalmente inofensivo, una figura de risa, en verdad, desde el punto de vista de los vieneses. Una vez en el año 1917, un funcionario del Ministerio de Asuntos Extranjeros austríaco ingreso deprisa a la oficina del ministro, jadeante y hecho a perder, y dijo a su jefe: ‘Su Excelencia, ¡exploto la revolución rusa!’. El ministro, menos impresionado y con poco interés que su empleado, negó una afirmación tan disparatada y sobresalto tranquilamente: ‘Abandonar, Rusia no es lugar en el que haya probabilidad de una revolución. Aparte, ¿a qué persona se le ocurriría la idea de realizar un movimiento en Rusia? ¿Tal vez a Herr Trotski, el sujeto que jugaba ajedrez en la cafetería central?’”.

Un número que, ha con tan solo verlo, no comenta nada aunque deja dentro un mundo: 365726. ¿Una fija para Santa closs ¿El códice que se vuelve a hacer en una isla del Pacífico con náufragos y osos polares? En la callecita cortada Piazza di Sant’Eustachio 82, a metros nada más del cementerio, soy víctima de nuevo del mal genio de un mozo romano. Máquinas de cafe.

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Barra de Café Landtmann

maquinas barra de cafe cucharaEl cual tiene la mente rígida hayó una vulva en una semilla de café. Las dos partes iguales pero nunca simétricas, nada que pertenece a lo natural, se juntan por la mitad para colorear una grieta que formaría el umbral de la vida. “¿Lo dejamos en este lugar?”. Una liturgia del psicoanálisis no deja acabar el divague en la misteriosa de la epifanía, en el momento el obsesivo haya el miedo a ser engullido por un genital femenino dentada; ahí fue el lugar donde el cliente desconfiado pueda pensar que el analista no está divertido o que la ambición productivo lo arrastra a comprimir tres tiempos en sesenta minutos y por eso todo el tiempo hace parecer que tiene prisa, mis veinte años siendo cliente crédulo me da ganas a pensar que la oración clave, correcta en su afirmación, muta se convierte en muchas preguntas con el final y provoca siete días de reflexiones enrulados. ¿El límite de la vida? Lo dejamos en este lugar. Tal vez haya creído eso Sigmund Freud, pegamento famoso y principal de la cafeína y de la cocaína, haciendo inmortal una tarde, y otra, y muchas más, en la mesa de Café Landtmann de Viena, al mismo tiempo que en medio consultas y se discutía en la competencia con el discípulo incluso cafeinómano, Carl Jung, que en la obsesión de reclamar una, dos, tres tazas habría acuñado su oración que nunca murió: “Lo que aguanta dura”. Las amistades carnales del café y el psicoanálisis se encuentran en la matriz de una relación que comparte una cantidad de razón de ser: la definición de problemas. Si la “platica de café” pudo cambiar a la cuenta arancelada de los más renuentes a pagar por conversar, en la historia psicoanalítica porteña se narra el cuento, todo el tiempo contado una y otra vez pero nunca afirmada, de una concurrida dulcería del Barrio Norte el lugar en el cual los clientes del analista más reputado de la mitad del siglo XX esperaban que el gurú los enviara a traer desde su oficina del piso más alto, sin tiempos ni orden; uno reconocía cuándo llegaba pero jamás el momento que se iba de la taberna transformado en habitación de espera armada con poca anticipación y famosa, con las mesas de fórmica llenas de preocupaciones que ya hace mucho tiempo y sus ganas lo animaba a requerir la bebida normal del lugar: una gota de sus ojos. Demasiado lejos en tiempo y en distancia de las cuitas de un diletante porteño, a comienzos de los años 1900, las casas de café de Viena incluso trabajaban al igual que confesionarios armados con poca anticipación y sus habitaciones solían ser muy recurridos por famosos y extraños que se ponían sumisos enfrente del poder alumbrado de la infusión. “A su forma, el hallazgo del café es tiene tanto impacto similar a la creación del telescopio o el microscopio, en cuestión de que el café aumento y modificó de manera repentina las acciones y capacidades del cerebro humano”, igualo el narrador de nacionalidad alemana Heinrich Eduard Jacob, cliente frecuente de las tabernas del Imperio austrohúngaro cuando ya había transcurrido una centena, al igual que ellos que en el año 1913 albergaron la improbable convivencia de Sigmund Freud y Carl Jung, Josef Stalin y León Trotski, Adolf Hitler y el mariscal Tito de máquinas de cafe. “se encontraba sentado en la silla de un café en el momento que la puerta se abrió y paso un señor”, narro Trotski, que supuestamente estaba fuera en Viena, el lugar en que se publicaba un medio de comunicación revolucionario llamado Pravda (“sierto”): “Era chaparro, flaco, con una piel macilenta llena de marcas… No observe nada en sus ojos que fuera un signo amistoso”. Barra de cafe y servicio de coffee break

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Casas de cafe

chica-amari-barra-maquina-cafeEl que en un momento fue su dueño y caballero de una casa enorme decadente (“adentro habían tres pisos grandes con pájaros de dos cabezas, totalmente bañados por un intrincado tallado”, comento Stewart Lee Allen: “En las esquinas del techo de teja había decoraciones en forma de planta de lis y las ventanas se encontraban pintadas de rojo, al igual que sacadas de un cuento de princesas de los familiares Grimm”). Que vivió un tiempo con una señora abisinia y que desparramó de herederas en dónde. Que se juró narrar un trabajo de los grupos culturales de África para la Royal Geographical Society de Inglaterra, pero que su emoción se acabó en la extensión del nombre: The Gallas por J.-Arthur Rimbaud, East-African Explorer, com Mapas y Engravings, Supplemented with Photographs by the Author (“Los gallas, por J.-Arthur Rimbaud, un aventurero del oriente de África, con mapas y grabados, rellenos con fotografías tomadas por el creador”). Pero en ningún tiempo narro el libro, pero se transformó en un líder típico, pero malnutrido: de un Baudelaire mareado de opio logro llegar al siguiente nivel a llegar a ser un Hemingway sin mojitos el color que se reflejaba en su piel y sus ojos transparentes terminaron siendo la causa de poca confianza en los tiempos que fue el primer señor pálido que vieron las señoras de los grupos culturales de los oromos y los gallas. Y compartió su comida y libaciones. En su “Carta a M. De Gaspary”, Rimbaud se arrepiente haber ingerido un café con Mohamed Abú-Beker, el sultán que robaba a la persona a los turistas de Europa y manejaba el paso de los vehículos con los que negociaban así como la venta de esclavos. Aunque puede avisarse que estaba sorprendido cada momento que lo obligaban a tomar asiento en la mesa junto a los grandes: requería la presencia de Abú-Beker para mantenerse en moviendo por los caminos del café, permiso que logro tener al participar en la costumbre del oro negro, en el momento que el sultán se hacía servir por un esclavo “que llega a toda velocidad del pequeño hogar sigue con el boun, el café”. Aunque se comentó que este solía ser una historia de amor, de locura y de muerte. “Terrible”, fue el adjetivo que hayan en una nota para contar el reputadísimo café de Harar: “Una cosa fea y asquerosa”. Los recelos con los etíopes iniciaron el día en que Rimbaud, tan paranoico al igual que afiebrado, culpable de que le vendían semillas de las barras de cafe mezcladas con eses de cabra. Se transformó en un próspero delincuente de armas y perdió amistades de todas partes, en esa “frase de la era en que era un adolecente estirado que se iba realizando viejo y moría”, lo que dice Michon. Transcurría muchas horas, posteriormente de semanas y meses completos, metido sin dejarlo salir en su imperio irreal: “tenía posesión una habitación enorme de tal vez de un kilómetro cuadrado, con un techo de unos 150 centímetros de altura y a su alrededor por un balcón viejo ovalado”, miro Allen: “Los muros estaban bañados con papel tapiz coloreado a mano con óleo, con mucha mugre y echado a perder que apenas se lograba ver las imágenes de unos patios parisienses y escudos heráldicos”. Solo junto a un sirviente, ninguna otra vez se dedicó a narrar poesía: con trabajo unas notas tristes donde reclamaba de su soledad, su mala salud y las deudas de las máquinas de cafe que había atraído al tratar comercializar una cantidad de armas y esclavos. Le favorecía al café su suerte negra y pesada. Tenía 37 años y en seis meses estaría bajo tierra. Vuelto loco de dolor por una infección en su rodilla derecha, pensó que todos deseaba matarlo”.

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Exploradores y cafe

sonrisa-barra-cafe-maquinasMala sangre. El lirico con una maldijo, de pelo claro y combinado, ya hecho un desastre al igual que un pichón, se exilia en el centro del continente Africano y así poder observar cómo se experimenta ser todo un señor y ahí se deshumaniza. La parábola, que inicia al igual que una aventura de comienzo, concluye con la enfermedad, la enfermedad y el fallecimiento. A finales del siglo XIX, Arthur Rimbaud, súper héroe tristemente para la gente con distintas emociones, se dio sitio en Harar, Etiopía, el lugar que estuvo clausurado para que la gente que no perteneciera hay en los años debido a un señor musulmán dijo que ese día en que metieran a una persona que no fuera devota todo finalizaría. La ensoñación heroica causo que creyeran de nuevo en los exploradores que, en sus anárquicas calles sin poder ser reconocidas ya que no tenían ninguna forma de diferenciar unas do otras, grupos grandes de felinos comían a los u otros felinos proporcionaban un completo sistema poblacional: se devoraban a los indigentes. La ciudad de Harar se encontraba amurallada, tan apartada de la sociedad que solo en medio de sus muros se comunicaban con una lengua que pocos conocían. Y en ese lugar fue donde se ocultó el enfant horrible que se empezó en la poesía a los 15, se retiró a los 20 años y, en lo que esto se llevaba a cabo, se otorgó a todos los desarreglos posibles en su afán de alteración de los sentidos. ¡Qué sucedería con los poetas sin los excitantes actuales! En medio de sus grandes tiempo de opio y ajenjo (“el princesa verde”), feliz de haber sido tomado en cuenta “el pequeño más depravado de Francia”, Rimbaud tenía un trauma con otro estimulante que se lo habían presentado como una persona que ingiere en esas reuniones de poca gente de mesas de materiales exóticos los cuales se empeñaba en destrozar y que había observado en su estado natural al momento se enroló al igual que un niño del ejército holandés en la tierra rodeada de mar Java; si de puerto tuve el berretín del heroin chic en mis cómicas versiones de vicioso, al igual que muchos otros infantes-ostra, cómo no querer a Rimbaud, el jefe de jefes de todas las personas desviados que se fueron del mundo para comercializar con el café. Distinguida por Madinat al-Awilya (“la Ciudad Santa”), Harar se para a 1885 centímetros en sima del mar, en el valle occidental de un estado de África y es una metrópoli caótica que contiene 110 mezquitas para 150.000 personas. Los sembradíos de café crecieron en este tipo de lugares bendecidos para ser cosechados hace 15.000 años e incluso hoy en día las semillas etíopes, a lado de Jamaica y Yemen, son los que más demanda tienen y también los más caros del mundo (los anuncios de los bares cafetaleros más enteradas proporcionan “Harar” entre sus destinos tipos: el hipster ama a Rimbaud al igual que al café). En este lugar se cosecha la semilla de la variedad longberry, bastante grande y sabor afrutado, el componente finalmente encontrado en la genética arábica y su negociación es equivalente al 60% de la economía de un país poco evolucionado como Etiopía, en donde conseguir internet es más complicado que encontrarse al Profeta en túnica. Por aquí nada más, más de mil años, el pastor Kaldi miro cómo su rebaño se volvía loco posteriormente de mascar el fruto de una planta. Ya al finalizar del siglo XIX, el emir portaba unos cuantos años echados de su país y los franceses, desde siempre comenzados en el gusto por las cosas perfectas.

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Balzac y su cafe

barra de cafe humoLa mujer que asumía la responsabilidad de los vicios de su hijo y de su inclinación amorosa por las mujeres grandes, en búsqueda de un pecho: Edipo puro. Ya de señor, Balzac descansaba después de la tarde y se levantaba antes de que comenzara un nuevo día, para darse la mañana entera y la el día siguiente a su trasnochada producción literaria; para mantenerse alerta, ingería litros de café en cantidades cada vez mayores. Todo el tiempo oscura, la cafeína llegaba en auxilio de la musa y lo sumía en un estupor frenético, al igual que el que a sus incluso pequeños de 51 años le causó la muerte: es lo que dice el medico Nacquart, que lo recibía en los momento que él era un niño, “una vieja afección cardíaca, empeorada por la noche entera y por el uso, o mejor dicho, el abuso de café, al que recurría con el propósito de disminuir la propensión natural del señor a descansar, había empeorado ahora brutalmente”. En lo que el daguerrotipo de la era lo muestre justo contenido en el interior de las fronteras textiles de una prenda que no logra a reprimir sus pliegues y con el caras turbias en la vista fuera del lugar, esa imposición por aguantarse en el exceso lo cargo al día en que, enceguecido por la bebida, inicio a morderse granos si ser molidos similar a una penosa penitencia de autopurgación (“una manera fea y brutal que solo le sugiero a los caballeros de mucho vigor”). En la infusión, Balzac apestaba un agente ponzoñoso que acabaría con el señor en cuando este no pueda hallar un buen término: si es casto, fallece por trabajar mucho; en caso de que no lo sea, comete un homicidio el desenfreno en los lujos sensuales. Ahí fue el lugar en el que hubo un adicto posteriormente aparece un converso: atemorizado por la hybris de Voltaire, orgulloso injeridor de ochenta recipientes de café diario, en sus últimos meses Balzac al final quiso ser una copia de lo que todos debían ser, virtuoso de temperancia: “La bebida hacia una suerte de excitación nerviosa similar al enojo: elevamos el tono de voz; nuestras caras reflejan una impaciencia enfermiza; deseamos que todo siga como son los pensamientos”. En todos los videntes, era merecido para él no reconocer las consecuencias de estar borracho: tomó muchísima agua hirviendo para enseñar que “la embriaguez es un envenenan tipo de veneno que afecta por un corto tiempo”, fumó al igual que un drogadicto con un almacén lleno de droga “en que las señoras se encuentran aún más vulnerable al humo de los cigarros que a el amor”, tragó muchos litros de té que le dio miedo a quedar tan tranquilo y transparente como para que un señor británico tenga luz para leer el periódico apenas colocando una linterna a través suyo. Pero el café era su pasión indisimulable: “Bastantes sujetos le agradecen la oportunidad de estimular el genio; pero todos pueden constatar que los aburridos aburren incluso mayor posteriormente de haberlo ingerido”. Pero los almacenes y los bares de Francia hayan estado abiertos hasta el siguiente día, esto no provoco más ingeniosos a muchos creadores: ocurre que el café causa una “torrefacción interior”. ¡Calientan las entrañas, se queman los pensamientos! Balzac se permitió corregir a Brillat-Savarin, autor de la Fisiología del gusto, y lo amplió con el pretexto cientificista: “Actúa enzima el diafragma y el plexo de la pansa, desde donde sube a la cabeza por medio de irradiaciones imperceptibles que escapan a todo análisis”. La causa de sus desvelos era el tanino, el quimico que da el sabor astringente al vino similar al café o el té.” Portte cafe barras de cafe y servicio de coffee break ara empresas negocios o eventos

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El sustituto de cafe

planta maquinas de cafePara el señor social, vivir es dañarse con un poco más de velocidad. Si fuera verdad la anciana mayor de Honoré de Balzac, para los viejos monjes sufíes, su infusión de agua hervida y judías vegetales hubiera allanado el paso a la longevidad; para los familiares norte americanos sugestionados por las agoreras amenazas de Postum, que era un sustituto de las máquinas de cafe, el café hubiera pavimentado una carretera a la muerte antes de tiempo. En la primer parte de los años 1800, fue el escritor de Francia que se planteó compilar el monumento de la obra de “lo que provoca la raza humana” y, mayor que alguna cosa, fue un señor de su era: la primera descripción de su actitud que sobresale el diccionario es “labor infatigable” y, en su ambición por “darle pelea al registro civil”, similar a la forma en la que mencionaba, estos minutos de labor sin renunciar se les daban al enorme trabajo: compilar sin faltar ninguno de los puntos de la triste historia cómica humana. En su odisea intelectual, se estimulaba con los vicios de esos tiempos, treinta, cuarenta, ¡incluso cincuenta! embaces de bebida diaria. como “todo vicio nace en un placer que el señor quiere volver a hacer incluso después de las leyes cotidianas impuestas por lo natural”, de la misma forma que ya se había dicho, Balzac visualizo en la bacteria de una aberración la cual se esparce a la raza completa: ingerirla en excesivas cantidades de café, de té, de agua hirviendo o de tabaco se transformaría en una persona que asume la responsabilidad de que nuestra raza fuera extinta, porque el señor tiene muy poca fuerza vital que está dividida en medio de todo el sistema en donde corre la sangre, mucosa y con nerviosismo; y la persona que fuera tendría el acceso a realizar suposiciones que esos vicios ingieren las mucosas, por lo cual absorber una en provecho de la siguiente será provocar un tercio que proviene del otro mundo (“en el momento que Francia manda 500.000 soldados a los Pirineos, no los mantienen en sima del Rin”, comentaba de nuevo: “Igual sirve para el señor”). Borracho de café, ambicioso por las cosas sobre naturales que los químicos causarían en las civilizaciones de oriente en lo que las excitaciones patricias se prendían en el Precopa o tal vez en el Laurent barras de cafe(incluso se comentó: ningún tema de lo que hace el ser humano le resultaba algo de lo que no se debía hablar), Balzac se consagró con el nombre de el arquetipo del intelectual cafeinómano incluso en el momento que sus últimos años haya narrado el irritante y esplendido Tratado de los excitantes actuales (1839), o tal vez por esa misma razón, un brulote de treinta hojas del café, con la tirria del señor que inventa enfermedades con la mente pensando de una muerte con el 100% de probabilidades a ser inminente, acaso un hechizo para cansarse lentamente. El planteamiento de la incógnita es clara: a la mitad del siglo XVIII, el químico que se metió a la vida en la vida de todas las personas registraba una “un esparcimiento tan grande y con muy poco control” que las civilizaciones lograrían resultar cambiadas. El apocalipsis no tardaría en llegar con la caída de un asteroide enorme ni con una invasión de OVNIS: lograría ser un veneno que lograría tomar control la manera y el agrado de un café au lait. Fue el lugar en el que los órganos del cuerpo hagan su papel como medidores de los placeres, los señores hallarían un goce loco en la repetitiva. “La Naturaleza dice que todos los órganos tienen su función de la y que todas tienen la misma importancia, en lo que al mismo tiempo que la civilización creaba a los señores una suerte que parecía proporcionar placer”. Porttecafe servicio de coffee break

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maquinas de cafe Las frases del cafe

amigas maquinas cafe“¡Ah, que rico sabor tiene el cafe de esta máquina! ¡Más alentador que un millón de caricias, aún más dulce que el vino moscatel!”: las frases, adictivas como un café repleto de azúcar quemada y azúcar normal, se me pegaron en los tiempos en que el didactismo de repetir muchas veces las cosas me forzaba a aprenderme oraciones como perico (“ay dudas de mí, ay poca felicidad, apresura cielos pretendo, ya que me llevas así, ¿qué delito he hecho que afecte a ustedes naciendo?”: una manera de economía en la forma más antigua de comunicarse me hace más lento el avance posterior a proseguir con las frases tristes de La vida es sueño que la maestra de Literatura nos hacía practicar repitiendo en una formación de una persona tras de otra). Al igual que el estudiante de una escuela religiosa con pocos rigores ni sobresaltos, justamente el desconcierto gracioso de cada escena colegial en que la maestra de artes actuaba de manera extraña o poco común en sus señales del piano en donde el Himno o “Aurora” se tocara por si sola siempre en casete, memorice los párrafos que sellaron un compromiso: los de Johann Sebastian Bach y su Cantata de la bebida, la declaración de la amistad más lírica y perdurable por los líquidos. En los tiempos de 1700, en el tiempo que Federico el Enorme decidió a prohibir el café en las amplísimas extensiones de su Imperio prusiano con la oración que lo consagraba como bases y final del Estado (“su Majestad fue criado con bebidas alcohólicas”, atestiguo acerca del con la retórica del mesiánico), el inductivo de zonceras Alemanas volvió a decir lo que comentaban los doctores afiebrados de la corte verdadero: que la infusión causaba prepotencia en los señores y esterilidad en las señoras. El histerismo controlo muy apenas, que volvía a decir la vulgata con ambiente científico. “Te lo comente”, se daba actitudes la mujer normal en copia a la soledad amatoria del marido. Ya en esos tiempos esta bebida era el instigador satírico de bastantes polemistas, como el artista dublinés Jonathan Swift, que había presentado la noble opción de alimentarse de los niños de nacionalidad Irlandesa al igual que una forma práctica de poner una respuesta de la pregunta del hambre todo el tiempo en réplica a “la idiotez, aspereza e ingenio volviendo a buscar de la charla de las personas formales”, o el compositor sajón Johann Sebastian Bach, que se quedó muy impactado a la lectura el poema de un escritor de nombre Picander, el cual en sus Fables parisiense (“cuentos parisinos”) se horrorizaba de la reinante moda del café en Francia, en el lugar donde sus habitantes fallecían de a docenas por la adicción al café como fanatismo del momento: “‘Ay’, exclamaron las señoras, ‘retiraron mejor nuestro pan. ¡Pero no podemos sobrevivir sin la bebida! ¡Seguidor falleceríamos!’”. En la Escuela Musicum de Leipzig, tres artistas, flauta, cuerda y siguió interpretaron las frases de la Cantata del café: en la apertura de un poco menos de un minuto, un tenor (“similar a los evangelista de las Pasiones”, comercializan las reseñas de música intelectual) explica lo que pasara: si las tensiones generacionales fueron una inspiración para el arte, como una obra de teatro Romeo y Julieta hasta Amor sin barreras, la cantata número 211 de Bach se pelea a los parientes e hijos en el castigo o la defensa de un estimulante que hacia mayor las preocupaciones filiales. La historia cuenta la historia de Lieschen, una niña puerta caprichosa, insomne y fanática por el café con el espíritu indómito de cualquiera de las princesas de las caricaturas (como La Sirenita o la gitana Esmeralda, nunca La Bella Durmiente) porte maquinas de cafe y barra de cafe con servicio de coffee break

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Máquinas de cafe, el papá del café americano

maquinas-cafe-con-manos“Bebo, después esta mi existencia”. Junto a la miopía del negocio que formo de mí un señor con pensamientos pero sin suerte, codicio el eslogan que ilumino el Café Descartes, en medio de Chicago. La cafeína, con su juramento de estimular sin renuncios, del fuego del ardor mental, fue la gasolina culta para el pensador diletante de todos los tiempos. “Pitágoras nunca agarro un latte, Sócrates nunca le dio un trago a un macchiato…”, dijo Donald Schoenholt, un probo cafetero identificado como “el papá del café americano”, en la portada de Coffee, Philosophy for Everyone, una obra que compila ensayos de intelectuales, periodistas y antropólogos que examinan ética, estética, metafísica e intelectualmente del café: “La teoría se aprovechó del café en más de mil años debido a que el café, tal vez más que cualquier otra bebida, se dio a conocer con la idea del occidente desde su llegada a un viejo continente a través de ciudades de España durante los años 1600”. Una historiadora de la bebida explicaría que la Ilustración hayo un estampado a la que amar en la imagen de un molinillo de granos de café que se hizo pública Denis Diderot en su mítica Enciclopedia, allá por la mitad del siglo XVIII. Y mientras Balzac pontificaba con la retórica del recién alivianado, intelectuales de diferentes tiempos y niveles, como Hegel, Rousseau, Marx, Dylan o Lincoln se asumían como adictos al café (en un viaje al Museo Ford, a corta distancia de Detroit, pude admirar de corta distancia la mancha de sangre que el ex presidente de Norte América puso en la parte trasera de su asiento en cuando sufrió la inconveniencia de ser matado y entonces me acorde de su frase que en pocas palabras cuenta las incertezas de la verdad líquida: “Si esto es la bebida, por favor deme un té; en caso de que esto sea té, por favor deme un café”). “La cronología personal sería que la bebida y la filosofía se unen al igual que el juego anterior y el género”, igualo a Michael W. Austin, editor de best sellers que observaron detenidamente la mente filosófica en función de la paternidad, el deporte o los canales de televisión, en medio de diferentes temas de la cultura más conocida: “Uno puede tener uno sin el otro, pero lo segundo todo el tiempo es mejor posteriormente de lo anterior”. Si en su nacimiento etimológico del griego de antes de que manera explican “amor por lo intelectual” la filosofía es “el análisis de muchos conflictos principalmente sobre de cuestiones como la existencia, el conocimiento, la realidad, la moral, la belleza, la mente y el idioma” conforme hechos racionales, la bebida es un inductivo de la inteligencia lenta, con la paciencia entendida como equidad, en el sentido que acuñó el reportero de Canadá Carl Honoré, creador de Elogio de la lentitud, el instructivo de instrucciones del movimiento lento en inglés: “En la mente de la lentitud, los sujetos hayan energía y eficiencia allí en donde tal vez menos lo estaban aguardando: en la acción de realizar las cosas con más calma”. ¿Existe Dios? ¿Cuál es el sentido de vivir? ¿El destino lo podemos escoger nosotros? ¿Debería tener azúcar? La existencia está llena de grandes e interesantes preguntas y bastantes (¿todos?) se debatieron en alguna mesa en donde se haya practicado la ética de la bebida, como el señor francés Flore, en el lugar que Jean Paul Sartre, sintiéndose mareado, tomo anoto en una servilleta: “Todo encaja perfectamente, a excepción de cómo vivir”. En mis primeras fiestas de verdad cuando me ponía ebrio, un anhelo de sobriedad añoraba las mañanas lúcidas cada vez que no lograba ver el sentido de algo lo que me comentaban o cuando me espantaba de mis propias risas alocadas y chillidos de poca gracia de maquinas de cafe.

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Máquinas de cafe y el amor al cafe

linea maquinas de cafe barraAunque no logro encontrar muchas cosas debido a la forma en que experimento la dolencia, igualada a la esquizofrenia o la psicosis, el amor al café es muy poco de esperar. Los doctores que iniciaron a charlar de la enfermedad en los años de 1980 a 1990 se mantuvieron conectados con la era aguantadora aunque, en verdad, no hallaron nada bastante nuevo: en los años 1500, la palabra proveniente de arabia marqaha ya se utilizaba para definir una enfermedad con los componentes del café y en el año 1896, el aventurero J. T. Rugh había dado la responsabilidad el caso de un comerciante ambulante que se había sobrepasado en el consumo de la bebida para cumplir con por reclamos de su empleo y que había sufrido un estado general de nerviosismo, no poder dormir, ansiedad y contracciones que no deseaba de los integrantes, en su entrenamiento Profound Toxic Effects from the Drinking of Large Amounts of Strong Coffee (“Los profanos efectos químicos derivados de tomar muchas tazas de café fuerte”). En el mes julio del año 1986, la revista American Journal of Psychiatry obtuvo el caso del hombre A., que le otorgaban honorarios los corredores de un hospital psiquiátrico transportando jarras con poco contenido de café al momento, y de la mujer B., que afirmaba ingerir café en su correspondiente embace de papel, los dos esquizofrénicos muy graves que, en medio sus más sogas fuera de razón, decían un amor que daña a las personas por la cafeína: “El amor al café es una enfermedad que los doctores creen importante por ser y en el momento codiagnóstico puede dificultar el trayecto de los trastornos que suelen afectar, de ansiedad y de la mente. Las metilxantinas son el principal fármaco que aun es usado como parte de gran variedad de comida, líquido y medicinas que tienen cafeína y que es una probabilidad muy alta lograr fácilmente debido a que no se necesita receta para poder negociar con ella”. El golpe ya ha sido dado. Posteriormente de cien años de demandas y dudas, la bebida ya había atrapado sin salida y, si antes se le había luchado al igual que a un veneno poderoso para el organismo humano, al fin se lo guardaba con el sambenito psiquiátrico: se definió como un factor pernicioso con raíces con el desastre mental. “Estos sucesos provocaban angustias medicas ya que se daba información que la cafeína exacerba el trayecto clínico de la esquizofrenia”, se hizo público en el Estados Unidos Journal of Psychiatry, el lugar en el que los doctores John I. Benson, de Augusta, Georgia, y Joseph J. David, de Charlottesville, Virginia, se consternaron por lo que se sospechaba al igual “una incógnita muy famosa y medicamente importante entre los clientes crónicos ya en el hospital”. Pero en la búsqueda de la ser siempre limpio sin máculas, los doctores miraron un caso por estas zonas y otro por allá de algunas personas con deficiencia mental que ingerían café como una persona compulsiva con la explícita voluntad de dañándose así mismo. Incluso en la ignorancia o la impericia (existen muchas maneras más efectivas para matarse) o tal vez empujado por una idea de procurarse el final en la comisión de ser feliz, el cafeinómano al extremo pone en mayor peligro de su vida en forma de muchos países y directamente proporcional a los recipientes que ingiere. Se logró incluso más en cuando se identificó que la cafeína funciona igual a un potencial instrumento mara auto matarse: pero sea verdad que si ingieres algo uno se podría matarse, parece poco probable que el adulto con intenciones serias de matarse lo intente tomando más de cien tazas en menos de un día barra de cafe y servicio de coffee break.

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EL AMOR AL CAFE, UNA DEFICIENCIA MENTAL

sonrisa-maquinas-de-cafeUsted es una persona con deficiencia mental: con pocas diplomacias ni remilgos, el doctor es contundente en su medicación, pero nunca se me han comentado algo parecido a la cara, siempre soñaba con ser el caso raro que la ciencia medite y compile en sus anales. Para el señor que fue un infante con sueños de yonqui más que de apaga incendios o de un súper humano, el más distinto sería el de la cafeína, adonde encontraría un refrán romántico en el obituario que en sim el triste final de su vida harían en los noticieros que se transformara en una persona popular, o en el comentario indiferente de las familiares más abnegadas en mucho el sobrino haya reclamado su incineración con el sueño de pasar toda la vida adentro de un envase de café: “falleció de tomar lo que más le agradaba”. En el año 1980, este señor con deficiencia mental (yo) daba sus primeros pasos en Parque Chas al mismo tiempo que en Norte América los últimos suspiros del gobierno a cargo de Jimmy Carter ahogaban al país en la tristeza de la gloria perdida que ni hectolitros de su mayor orgullo del país, la empresa de refresco, lograba hacer menos amargo: el rol de las personas secuestradas en Irán, la carencia del combustible natural y el “discurso del malestar” (así fue como fue nombrado) fueron unas señales de lo que se avecinaba, el movimiento a la derecha de los meses de Ronald Reagan. Posteriormente de unos diez años de “poca fuerza” y problemas emocionales por los homicidios de los familiares Kennedy y de Martin Luther King o por el cambio brutal institucional de Watergate, los hippies regalaron su posición a los vaqueros y a yuppies, los cuales con la prepotencia de sus accesorios en las botas de metal o de sus tarjetas de débito corporativas podrían avisarle al todas las personas que Estados Unidos regresaría a ser la potencia con priapismo que mantenía derecho a todo el mundo, incluso cuando una epidemia ominosa pondría bajo tierra para la eternidad el fantasma generalizado de libertad y disfrutar que se había heredado de los años entre 1960 a 1970. En Gran Bretaña pasaba una situación similar cuando una dama fálica llegaba al poder para concluir con la genuflexión del tecito de las cinco de la tarde y para otorgarle a los sindicatos con un metal. “Con la ascensión de Thatcher y de Reagan al poder y la aparición de una enfermedad mortal conocida como VIH, se transformó notorio que las libertades de todas las causas y colores ya habían empezado a ser limitadas”, narro el crítico cultural norteamericano Peter Shapiro y, en esa seleccionada, se cerraría la matriz de una nueva epidemia mental: “En el centro de un clima tal, hablar de hacer el amor y placer afirmativamente era una expresión tan distinta y provocativa similar a lo había sido declararse el anticristo en el año 1977 y a comienzos de los ochenta el cuerpo devino el principal lugar de la lucha, no solo a motivo del VIH sino, mínimo en los Norte América, incluso a causa del derecho a abortar en vistas a la trepada de la reacción de la religión”. En la nueva moral neocon fogoneada desde las acciones del Bible Belt (el “cinturón bíblico” geográfico donde los reclamos evangélico tiene mucha prédica), las libaciones como provenientes de placer regresaron a ser agentes de disrupción social tan dañinos al igual los agentes de Rusia que, se comentaba, anidaban inactivos tras la apariencia de sonrientes familias de Estados Unidos de Washington o algún otro estado maquinas de cafe y barra de cafe.

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