En caso de que el mate es el compañero sin plazos ni apuros, limitado por reglas y por el aguante del termo en su recarga larga, una bebida café siempre dura bastantes segundo, de todas maneras pueda hacerse infinita en la molestia de una pareja consternado o en la reunión de un niño con intereses de una persona mayor que lo trataban de agrandar y lo toma con una baja temperatura con el propósito de lograr no ser vetado de la plática con los adultos. El lugar donde la creatividad publicitaria logro convencernos de que “el descanso dura cinco minutos”, excito un tiempo en que el mundo tuvo su etapa de inteligencia cuando se enteró de que ya era hora de una bebida caliente.
Unas diez personas sentadas alrededor de unas mesas dibuja una cuadrícula casi exacta acerca de las baldosas siempre mojadas de la Piazza San Marco: si es verdad que la plaza representante de Venecia es “el salón más hermoso de Europa”, según la emotiva definición de Napoleón antes de rendirse a la invasión, el felino junto a su custodia la jungla de hormigón en donde el rocío y la niebla empañan cristales, lentes y provoca que el suelo se transforme prácticamente en una pista de patinaje: es un jabón. La bandeja del metal precioso porta una taza con su platito, de porcelana y con filigrana color dorado, un recipiente de cristal y una jarra llena de agua natural en equilibrio: es así desde el año 1720, al aire libre o en los lugares, revestidos con terciopelos con colores rojos y molduras doradas, en las mil formas del decorada en el relieve. Si los jóvenes educados con capacidades de los años 1500 (y, más adelante, los de las clases medias aventuradas) realizaban actividades lo que nombraban su “Grand Tour” por Italia, una travesía de comienzo y educación formal (aun con sentimientos) por parroquias, patios y palacios en busca de los saberes viejos, mi cena en la cafetería Caffè Florian transforma la forma de una elipsis definitiva: estoy reclinado en la primer cafetería de Italia, la más vieja que actualmente sigue vendiendo café a sus consumidores en toda Europa, el continente antiguo en donde el café se transformó en una cosa moderna y el bar se tomó como si fuera una clase de club social, refugio de gente con muchos conocimientos, artistas y gente con intenciones da hacer un cambio drástico al mundo pero para bien. “Due espressi”, uno para mí y otro para mi mamá, exijo de la manera más seria de laico sagrado y en este bautismo me atiende el mesero, “con una brillantez en colores blanco y negro, el negro de sus prendas inferiores y su cabello, el blanco se coloca en sus prendas superiores, los dientes y una servilleta doblada que la porta por encima de la cadera”, según la exacta descripción de la narradora Muriel Spark en su novela que toma lugar en Venecia; para mí, el mesero porta el estímulo de un San Juan: en el comienzo de mi Grand Tour, que fue realizado según a lo que yo necesitaba y quería, la unción no es con agua sagrada, es realizada con máquinas de café.
El día 29 de diciembre del año 1720, el negociante Floriano Francesconi, acaso embargado por la fecha histórica opulencia de un momento histórico, abrió las puertas de su dulcería con el nombre rimbombante: el Café de la Venecia victoriosa, que era una barra de café y que un rato después, con las ganas sintéticas de las ciudades, se conoció como “la acción de Florian”. Y de esta forma permaneció varios años.
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