El café remplazó a la cerveza.

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El café remplazó a la cerveza en los turbulentos días de la colonia, los ciudadanos de Nueva Ámsterdam tomaron una decisión revolucionaria: ¡sustituir la cerveza del desayuno por café! Sí, el café se hizo un hueco en los corazones y las tazas de los neoyorquinos en 1668. Pero el té también hizo su aparición estelar en ese momento, aunque era considerado un lujo para los más refinados.

Después de que Nueva York cayera en manos de los británicos en 1674, las costumbres inglesas se colaron rápidamente en la vida cotidiana. El té y el café se convirtieron en las bebidas favoritas de los hogares neoyorquinos y definitivamente el café remplazó a la cerveza, al menos en ciertos momentos del día. En 1683, Nueva York se convirtió en un mercado tan importante para el café que incluso William Penn, el fundador de Pensilvania, se apresuró a realizar pedidos desde allí. La demanda de café creció y los neoyorquinos necesitaban lugares adecuados para disfrutar de esta deliciosa bebida.

El hecho de que el café remplazó a la cerveza hizo que ¡Nacieron los famosos cafés de Nueva York! Al igual que sus contrapartes en Londres y París, estos cafés se convirtieron en el epicentro de la vida comercial, política y social de la ciudad. ¡Incluso se convirtieron en foros cívicos improvisados! Sí, sí, ¡no se sorprendan! Los neoyorquinos tenían la costumbre de celebrar juicios y reuniones generales en los cafés. ¡Imagínense, un delincuente con su taza de café escuchando su sentencia!

Pero no piensen que estos cafés eran solo lugares aburridos de reunión. ¡No, señor! Eran escenarios de fiestas y eventos elegantes. Aquí se reunía la alta sociedad de la ciudad después de la Revolución. La City Dancing Assembly daba rienda suelta a sus movimientos elegantes y el célebre M. Gerard, representante francés en Estados Unidos, organizaba fiestas deslumbrantes en honor al cumpleaños del rey Luis XVI. Incluso los líderes de pensamiento más destacados, como Washington, Jefferson y Hamilton, eran visitantes habituales.

Pero como todas las cosas, los tiempos cambiaron. A principios del siglo XIX, los clubes y los hoteles se pusieron de moda, y los cafés perdieron su brillo. ¡Incluso hubo un intento de abrir un café de intercambio, donde se registrarían los barcos y se celebrarían subastas marítimas! Pero finalmente se abandonó la idea, y en su lugar se abrió el famoso Mansion House Hotel. Los tiempos estaban cambiando, y los neoyorquinos buscaban nuevas formas de divertirse.

Así concluye nuestra historia del café en el antiguo Nueva York. Pero hay que recordar que el café siempre ha estado presente en las vidas de los neoyorquinos. Ya sea en cafeterías modernas o en acogedoras tazas en casa, el café sigue siendo una parte vital de la ciudad que nunca duerme.

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