“I Am Amsterdam”: Yo soy. Yo ando. En los lugares principales de las tierras Bajas, la fabulosa frase turística estalla las probabilidades de la lengua gringa y propone pertenencia incluso al visitante de corto tiempo: “Soy del lugar donde me encuentro” .Aunque valla muchas veces al viejo continente, la mayoría de veces por mi profesión de reportero, pero nunca tuve la oportunidad de poder ir a Holanda, el mini país de los vehículos de dos llantas, las plantas y la reina de acento argentino. ¿No soy yo? En los tiempos del turista mundial, uno “será” cuanto pueda cumplir con la responsabilidad de ser el del dueño del mundo, de la misma forma que el verbo “hacer” haya sustituido al verbo “visitar” o “recorrer”. “Hice Róterdam, La Haya y Ámsterdam”, se presumen el visitante tipo que en el egocentrismo de las distancias ganadas se toma la responsabilidad como la persona que construye a las ciudades, el creaba cosas con tan solo asistir a un lugar o evento. Como recuerdos, compañeros que sí fueron me llevaron de ese lugar unos pequeños paquetes de té, unos dulces y una botella de refresco empaquetadas de un color verde decolorado con el trazo imperfecto que replica una planta pinchuda de siete hojas. En mi momento sin estar borracho que se me antoja un café, la traición es un factor fundamental: pongo el líquido a calentarse, alisto el recipiente, retiro el agua evaporizada y pienso al escoger el ingrediente natural del te, así como me tome mucho tiempo en darme cuenta las risitas de aliados o las burlas torpes en la historia de cada compañero nacional que, en su viaje por Holanda, se haya dado cuenta de pasar a ver una cafetería. “¿Qué tal el café?”, pregunto y me tiro de nuevo en el momento que veo que no se nada. Así como la cafetería no ofrece un cortado como la promesa del inicio en su menú, en Ámsterdam la costumbre del café se toma lugar en los tiempos de máquinas de cafe de la gente que la mayor parte de sus vidas estaban en el mar, bravíos que robaron los navíos que salían del puerto de Moca, se birlaron las plantas que la gente otomana había protegida con recelo, las transportaron a sus destinos del sudeste asiático y finalizaron su viaje con el problema turco, solo para cambiarlo… por el problema de Holanda. Fue considerado un robo Asia el gobierno. Debido a las cuestiones de la productiva empresa de Holanda de las India, los países del Mar Rojo perdieron una ventaja que tenían sobre los demás de muchos años siendo los distribuidores del fruto a los habitantes de Europa y Holanda, se transformó en el primer lugar oficial donde se podía negociar con el fruto del café, en todo el mundo, un gran mercado de negociantes, vendedores y mercachifles que gritaban los precios para promocionar su local y tener mayor venta que los demás, con la certeza de que asumían la responsabilidad de ser propietarios de su local: para 1724, sus plantíos en la isla de Sonda (Borneo, Java, Célebes y Sumatra, entre otras) llegaban a las 500 toneladas cada año, una gran cantidad para el viejo continente, que entonces tenía 120 000 000 personas en el: miles deseos habitantes, relacionados con en el Caffè.
Florian de Venecia o en el Lloyd’s de Inglaterra, edificaban su vida a todo mundo en su entorno de un café que venía del océano Pacífico pero que había hecho una parada previa a Holanda. Luego Haití, y Brasil, finalmente, les retiraron el cetro a India oriental, las colonias de Holanda podían diferenciarse como los mejores productores de café en el mundo.
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