El Café de Guerrero en Problemas !!

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El Café en La Costa Grande de Guerrero, especialmente Atoyac, enfrenta un escenario de total abandono y daño causado por la devastadora roya.

Tras la tormenta Manuel el hongo causante de este mal que afecta el café, proliferó de manera exponencial debida a la humedad que generó el fenómeno tras su paso por la zona en el año 2013 y la alta temperatura fue otro factor que facilito el desarrollo de este mal.

Pero sobre todo el hecho de que los cafetales estuvieran en un estado de casi abandono total fue lo que realmente propició el resultado que hoy se vive en la zona. Los precio que se pagan por el grano basados en el libre mercado no generan los recursos necesarios para el mantenimiento adecuado.

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Mas información en: http://www.sinembargo.mx/10-02-2016/1616637

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El cafe no afecta el ritmo cardíaco

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Un estudio recientemente publicado en el Journal of American Heart Association dirigido por el Dr. Grregory Marcus muestra que a pesar de la creencia de muchas personas de que tomar mucho café podría provocar palpitaciones, recientemente un estudio realizado en la Universidad de San Francisco echa por tierra esta creencia.

En realidad, conforme al estudio, el café no genera alteraciones al ritmo cardiaco, ya que se analizaron las reacciones a la ingesta de café de poco más de 1000 personas.

Los individuos estudiados ingirieron café, chocolate y té, 61% al menos dos de estos productos al día.

Después de analizar los resultados los investigadores no encontraron alteraciones significativas al ritmo cardíaco. Por otra, parte afirmaron que pueden aportar beneficios cardiovasculares moderados.

Para más información: http://www.20minutos.es/noticia/2660975/0/cafe/no-provoca-alteraciones-ritmo-cardiaco/estudio/#xtor=AD-15&xts=467263

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Nueva York y el Café

maquinas de cafe newyorkEn Norte América, una mágica del abolengo nacional conversa de sus próceres similares a “los padres creadores” en cuanto hayan sido puestas sus caras en la piedra del Monte Rush more y sentado las partes de abajo una potencia con amistad paternalistas, aunque la historia original abandona el impacto histórico de la bebida bautismal. ¿Serán reales los Norte Americanos de América como son si no fuera por el café? La pregunta retórica podría encontrarse una respuesta en los tutoriales de Historia o en el millón de casa de café ruteras de Estados Unidos, lugar en el que se hacen muchas copias iguales de una mesera con trapo dibujado y cofia de algodón que usaba una jarra de cristal calentada dos veces para rellenar un recipiente por aquí y otro por allá del insípido líquido negro que incluso comenta una forma del ser nacional (en fin, el café americano no es mas que eso: un recipiente de expreso aumentado, una tradición de otro país a la que se le pone agua caliente con el fin de agrandar su cantidad escueta, en los complejos Norte Americanos por lograr a ser mas grandes, mas rápidos, mas fuertes). En medio esos “padres creadores”, nadie más duro ni menos reverenciado que John Adams, el estoico segundo gran gobernador Norte Americano para el que se habría iluminado una oración de decepción (“el segundo es el líder de los últimos”), la cual mayor legado cultural fue una serie pequeña que le dio a HBO y quien amaba a su pareja Abigail, a la que prestaba atención en todas sus sugerencias: “Hay mucha escasez de azúcar y café, artículos a los que la parte femenina del país se resiste a dejar, sobre todo si toman en cuenta que la gran falta de esto fue hecha por los negociadores, que escondieron grandes cantidades”, había acusado con el 1777 la segunda primera mujer. Pero en los antiguos próceres cafeteros, nadie era más salvaje que el jefe John Smith, la persona que en sus ratos ociosos le dejaba su amor grande con la extranjera Pocahontas creo el palacio del café. En el año 1607, el inglés Smith puso la colonia de Virginia, en Jamestown, y aparte de haber puesto el primer asentamiento de Inglaterra en Estados Unidos transporto el primer paquete de café. Trotamundos y necio al igual que cualquier marinero de agua de océano con una golfa en cada costa, Smith posteriormente había viajado por Turquía, en donde tubo el hábito excéntrico: en cima de una flota de tres pequeños navíos mandados por el rey Jacobo I con el fin de hacer pie en el Nuevo Mundo, el habito de quemar, triturar, calentar e ingerir semillas de café fue la mas pequeña de sus rebeliones, tantas que el jefe Christopher Newport mando su muerte en el momento de estar en tierra. Pero le otorgaron una segunda oportunidad para la vida y tuvo tiempo de ser el primer presidente de Virginia y, también, en el primer mandatario anglosajón del continente americano. En medio de sus bulas como mandamás, alargo el habito cumbre del café por todo el Este, que aún lleva tan definida la marca de Europa; incluso se ingería en el buque Mayflower, lugar al que fueron los primeros migrantes de Inglaterra hacia América en el año 1620 transportando un mortero para machacar la semilla; y se hizo correr por los holandeses que usaban el negocio de las remotas Indias Orientales y que eran los “propietarios” de Nueva York, en esos momentos aun la llamaban como “Nueva Ámsterdam” (para el año 1668 se creo la primera referencia impresa al café en la isla de Manhattan, que era el lugar en el que se quemaba y machacaban las semillas, se filtraba en agua caliente y se hacia dulce con azúcar y canela).

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Máquinas de cafe – el cafe tortoni.

maquinas cafe tortoniLos tres muñecos se ponían de pie duros al final de la vista cargados del lado derecho y, aun su presencia dura procure pasar por todas partes la idea de una bienvenida hospitalaria que no conoce de huelgas ni despidos, son similares a los bufones de las fiestas para niños o el pato Donald no bien hecho de una calesita que no da dinero royalties a la Walt Disney Corporation: asustan. Gardel de pie; Borges, sentado con abatimiento tanguero; y una mujer que nadie conocia (¿Alfonsina Storni? ¿Victoria Ocampo? ¿China Zorrilla?) Le dan miedo a la gente del Tortoni y, en medio de los vitrales y la boiserie, se pone el ambiente frio en la mueca para que se aparten los niños y a los grandes sin dificultad. Similar a los monumentos de Madame Tussauds, que causan el miedo más que el anhelo de ir junto con los ídolos en su expresión cerúlea, ahí de pie y tan pesados se ven casi iguales a que estaban enfocados en enfriar un tiempo del pasado de cafetines franceses, que heredaron de los tiempos en que Buenos Aires se pretendía al igual que “la París de Sudamérica”: si en su tristeza acompasada el tango se regodeó en la tristeza del recuerdo del pequeño que tenia la vista hacia afuera, el Café Tortoni se asume como el último de los grandes. “En este café se asimila que la época se hubiera parado al igual que en un daguerrotipo, en el momento que él las personas juegan al pool, a las cartas, o solamente ingieren un café con los amigos”, comentan los anuncios que hacen del Tortoni un gran sitio para que visiten los turistas. Pero el sepia sea el color principal del cafetín normal, similar a si fuera un filtro viejo se lograra ponerse encima de la vida real, fue ese el lugar en el que la necedad porteña pedía una y otra vez en jactarse de la tradición cafetera del pueblo, que caiga la ultima leyenda: por aquí no se ingiere mucho café. Telón. Cuando estaba a punto de acabar el año 1858, un señor de Francia del que justamente se hizo famoso por el apellido (monsieur Touan) abrió una confitería en la esquina de las calles Rivadavia y Esmeralda y, para el nombre, se baso en una taberna que funcionaba en el Boulevard des Italiens de de la capital de Francia, era el lugar en el que se reunían los sabios de los años 1800 (los sabios del siglo XX se dieron cuenta de que en la antigua novela Rojo y negro, Stendhal dijo algo de un “café Tortoni” de París). En el tránsito de un siglo a otro, el Tortoni porteño fue dado en venta por otro señor francés de nombre Celestino Curutchet, al que la historia original cuenta como “el normal anciano inteligente de Francia, menudo de físico y fuerza de carácter, que estilaba la antigua perilla grande, con ojos con mucha vida y que utilizaba un casquete árabe de tela oscura; casi una persona inventada de un comic”. Ya en su lugar de Avenida de Mayo 825, la elite sabia porteña inicio a llamarlo y, con el artista boquense Benito Quinquela Martín al igual cicerone, se llamo La Peña, un punto de reunión de los bohemios que usaron de almacén de bajo de la tierra, con el beneplácito del anciano Curutchet: “Los pintores usaron poco pero le dan lustre al café”, comentaba con lucidez. Era el año 1926. Con sus mármoles y sus recipientes, el Tortoni sacralizó una foto graciosa para las tabernas famosas porteños, no muy diferentes de los de la capital de Francua o Viena.

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Máquinas de cafe – cafe tortoni

maquinas cafe manos rojoLos tres muñecos se ponían de pie duros al final de la vista cargados del lado derecho y, aun su presencia dura procure pasar por todas partes la idea de una bienvenida hospitalaria que no conoce de huelgas ni despidos, son similares a los bufones de las fiestas para niños o el pato Donald no bien hecho de una calesita que no da dinero royalties a la Walt Disney Corporation: asustan. Gardel de pie; Borges, sentado con abatimiento tanguero; y una mujer que nadie conocia (¿Alfonsina Storni? ¿Victoria Ocampo? ¿China Zorrilla?) Le dan miedo a la gente del Tortoni y, en medio de los vitrales y la boiserie, se pone el ambiente frio en la mueca para que se aparten los niños y a los grandes sin dificultad. Similar a los monumentos de Madame Tussauds, que causan el miedo más que el anhelo de ir junto con los ídolos en su expresión cerúlea, ahí de pie y tan pesados se ven casi iguales a que estaban enfocados en enfriar un tiempo del pasado de cafetines franceses, que heredaron de los tiempos en que Buenos Aires se pretendía al igual que “la París de Sudamérica”: si en su tristeza acompasada el tango se regodeó en la tristeza del recuerdo del pequeño que tenia la vista hacia afuera, el Café Tortoni se asume como el último de los grandes. “En este café se asimila que la época se hubiera parado al igual que en un daguerrotipo, en el momento que él las personas juegan al pool, a las cartas, o solamente ingieren un café con los amigos”, comentan los anuncios que hacen del Tortoni un gran sitio para que visiten los turistas. Pero el sepia sea el color principal del cafetín normal, similar a si fuera un filtro viejo se lograra ponerse encima de la vida real, fue ese el lugar en el que la necedad porteña pedía una y otra vez en jactarse de la tradición cafetera del pueblo, que caiga la ultima leyenda: por aquí no se ingiere mucho café. Telón. Cuando estaba a punto de acabar el año 1858, un señor de Francia del que justamente se hizo famoso por el apellido (monsieur Touan) abrió una confitería en la esquina de las calles Rivadavia y Esmeralda y, para el nombre, se baso en una taberna que funcionaba en el Boulevard des Italiens de de la capital de Francia, era el lugar en el que se reunían los sabios de los años 1800 (los sabios del siglo XX se dieron cuenta de que en la antigua novela Rojo y negro, Stendhal dijo algo de un “café Tortoni” de París). En el tránsito de un siglo a otro, el Tortoni porteño fue dado en venta por otro señor francés de nombre Celestino Curutchet, al que la historia original cuenta como “el normal anciano inteligente de Francia, menudo de físico y fuerza de carácter, que estilaba la antigua perilla grande, con ojos con mucha vida y que utilizaba un casquete árabe de tela oscura; casi una persona inventada de un comic”. Ya en su lugar de Avenida de Mayo 825, la elite sabia porteña inicio a llamarlo y, con el artista boquense Benito Quinquela Martín al igual cicerone, se llamo La Peña, un punto de reunión de los bohemios que usaron de almacén de bajo de la tierra, con el beneplácito del anciano Curutchet: “Los pintores usaron poco pero le dan lustre al café”, comentaba con lucidez. Era el año 1926. Con sus mármoles y sus recipientes, el Tortoni sacralizó una foto graciosa para las tabernas famosas porteños, no muy diferentes de los de la capital de Francua o Viena. Porte cafe servicio de coffe break

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Maquinas de cafe y el cafe Jamaiquino

lentes maquinas de cafeMáquinas de café, de esos tiempos perdura el mito de María y María Fernanda. La primera María era una servidora de la que ninguna persona había escuchado su nombre entero (era, solamente: la “tía María”) y que resguardaba de la diminuta María Fernanda de Almudena y Vallermosa; en medio de los íntimos, Mafe. En las tardes de clima cálido irritable, la Tía María hacia un licor con melaza, vainilla y semillas de café que proporcionaba sosiego y comodidad en las molestias para dormir causadas por las molestas del calor. Aunque en el momento los desmanes sociales llevaron hasta abajo la colonia, y los incendios se fueron aumentando fue ahí en donde no debía llegar el agua, la Tía María le dio una dote a su amada Mafe, una caja con un par de piedras preciosas, el camino del licor y un presagio: “Lo requerirás cada vez que quieras acordarte del momento que estuvimos haciéndonos compañía” (muchísimos meses posteriores, en el año 1947, el biólogo Kenneth Leigh Evans escucho el cuento en lo que admiraba la vegetación de Jamaica y degusto la bebida de manos de una tal Nina, que se plantaba a resguardar el secreto almacenado por muchas generaciones; con destreza para negociar, el médico Evans nombro a la bebida de café al igual que Tía María, una marca que se da en más de sesenta naciones y que aun le da ganas las sobremesas de las tías de todas las personas el mundo). Para comienzos del los años 1800, Jamaica ya tenía 686 sembradíos de un café especial y único, en camino literal: poco normal. Sembrado a 2.300 metros sobre el n del mar, en los cerros más grandes del Caribe, la felicidad gusto ligero a madera y la acidez suave son ramas de una mescla volcánica del ambiente fresco, lluvia fuerte y piso apto para cosechar. Los aires alisios, al pasar en medio los cerros grandes y al soplar por encima del piso caliente por el sol, se convierte en unas pesadas nubes que forran las cosechas y esta acción (mist, le comentas por estos lados) tarda tiempo el aumento geográfico de los cultivos de los arbustos, que tienen la capacidad de pasar nueve meses gestando sus bebidas alcohólicas e iluminando su rico sabor reconcentrado. Se comentara que así da origen el café más claro nunca cosechado y, ahí fue ese el lugar en el cual espero se avive con la carencia, los pocos kilos que se ponía cómodo por año en barriles de madera grabados (los primeros del planeta, con habilidades para 15, 30 o 70 kilos, que posteriormente se astillan para que ninguna persona tenga la capacidad de realizar pasar cualquier semilla berreta por uno jamaiquino) son la locura de un sibarita prejuicios como James Bond, que a la demanda de tomar su Martini “mezclado, no agitado” le agrego el Blue Mountain como único café a la altura de una boca con autorización para hacer un homicidio: el narrador de Inglaterra Ian Fleming pasó muchos años finales de su vida en Jamaica y, con la irresponsabilidad de un infiltrado que se hacía pasar por alguien normal al servicio del satánico medico No, traicionó el sistema del té británico para ayudar de la infusión más cargada. Y en los años 2000, el kilo jamaiquino valía a unos 150 dólares y el 80% de la fabricación se transporta al Japón, que es el lugar en el que mucha afición por el café de calidad y mucho dinero para usarlo en lo que quisiera. En Jamaica, es una comodidad para los pocos que se lo puedan permitir en tanto el Blue Mountain se haya transformado en el brindis de una fiesta especial.

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El cafe en el caribe

El gorro panamá me hecha de cabeza al igual que a un visitante en el Caribe: no lo traigo con el garbo impasible de un lugareño, ni lo utilizo con la naturalidad del que haya un final menos inútil más que ornamental, y la luz sintética de la paja reclama y acusa a gritos “¡Miami, Miami!”. A una hora de “la misma ciudad del continente americano, y talvez del plantea, donde una ciudad venida de otra nación, de otra cultura, con otro idioma, se ha hecho dueña del lugar en solo una generación”, al comentar del maestro Tom Wolfe en su novela Bloody Miami, el avión de American Airlines estaba aterrisando en las islas Caimán: calor calor calor, ni una sola nube, muy húmedo el ambiente, el sol infame como una luz de sala de interrogatorios que te deja segado y, nada más poder parar en el piso, una oleada de sudor que te moja, aguando la experiencia bautismal del primer chapuzón en el mar cristalino. He llegado por las causas profesionales, si es que el reportero puede llamarse una carrera, y en poca distancia al aeropuerto al hotel observo que se maneja de la misma forma que inglés (por el lado izquierdo) y que en la parte de afuera las mínimas construcciones públicos cuelga la foto de la Reina en toda su fuerte cara, un detalle que cobra dimensión histórica en el momento se trata de algunos de los rasgos que la diferencian del paisito que tributa a la Corona: gloria fiscal y misterio bancario. El mito dice que este islote caribeño era una estacion afuersa de los corsarios de Inglaterra y que en un momento aciago diez navios naufragaron cerca de sus fronteras. En forma de agradecimiento por el costo de los habitantes que se precentaron s la ayuda de los británicos poniendo en riesgo su existencia, en la capital de Inglaterra se formo que esa colonia remota nunca pagaría ningún impuesto. ¡Qué oportunidad para ricos díscolos, empresarios dudosos y políticos corruptos! Se les vea por las calles del medio en short y ojotas pero con maletas de cuero negro, el cuello rojo, las piernas delgadas y los estomagos abultados. En esta isla de 50.000 lugareños hay 50.000 fabricas registradas, con su localidad fiscal en alguno de estos hogares de madera pintadas de verde-agua o amarillo-patito: como la construccion más grande tiene solamente cinco niveles y es un hotel de los mas valorados y lujosos, los bancos con sus bóvedas llenas de dinero y lingotes se visualisa como cabañas bajas al estilo caribeño, pero fortificados. En mi módica excentricidad como trabajador en medio de los viciados trabajadores, me doy la oportunidad que tengo la capacidad de darme, no un monton de dinero susio sino otro tesoro oscuro: un cuarto kilo de Blue Mountain, el café más caro de la tierra. “¿Jamaica no problem? Ha, ha, ha”. Con un tono de voz, Adam se rie de la frase fumón que no dejo morir a la isla de a lado en su camino de indolencia, de la que Caimán se hizo libre en 1863, pero los lazos históricos y geográficos jamas se quebrarian en lo que una siga siendo el Uruguay de la otra. Él labora en un hotel y se jacta de la seguridad policíaca que, en proteccion de los bancos, hace de esta una isla segura y de esa una llena de problemas y de droga. Y de café. En el siglo XVIII, los vencedores de Inglaterra vieron que los franceses usufructuaban sus plantios de cafe en la isla Martinica y en su Guyana, que los portugueses cosechaban plantas por todo el Brasil, que los misioneros católicos dividian tantos plantines como penitencias por Colombia y Venezuela y que ellos no podían ser menos. “Una de las tareas más importantes que hacian los primeros exploradores europeos era meter arbustos que no existían en los sitios en los cuales las cosechaban”. Porte cafe máquinas de cafe y servicio de coffee break

 

 

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Cosechando café en colombia

ide el coffee break“¡Colombianos, a cosechar café!”, fue el grito de batalla que se dijo una y otra vez cuando comenzaba del siglo XX, y en el momento que una relativa estabilidad del gobierno permitió imaginar en la economía. Similar a si fuera un Macondo en el bosque, las diminutas granjas eran el centro y la parte más importante del realismo mágico de poca gente y las cercas rojas y las hojas maduras del arbusto del café eran tan simbólicas de la mitología del país que hasta se construían en ramitos para dejar como sacrificio en las tumbas de los difuntos. Para el año 1905, Colombia transportaba y negociaba con 500.000 sacos de café: y al mismo tiempo en Norte América se rendían a las pésimas y hechizos de la infusión incluso a pesar de los reclamos agoreras del Postum, los Estadounidenses iniciaron a tomar en cuenta el olor a frutas y vegetales junto con el sabor dulce de la arábica colombiana, que aun descienden de los cerros a lomo de mulas aunque que el comienzo del ferrocarril se transportaba con más velocidad hasta las costas como puede ser el de Buenaventura; para el año 1914, el comienzo del Canal de Panamá les dio la oportunidad de llevar café desde sus puertos del Pacífico; para el siguiente año, Colombia negociaba un millón de costales de café. Y la Primera Guerra Mundial, que inicio la mayor parte de los negocios europeos (como, Francia y Alemania, los más representativos consumidores del grano colombiano), inicio una explosión del consumo en Norte América, con el café como berretín para los que se dejan guiar por otras influencias: las tragedias de unos son oportunidades de hacer negocios para otras personas. “No tenemos conocimiento de quién es más necio, si Juan Valdez o su burro”: cruzado de brazos al mismo tiempo que Conchita tiene en su lomo enzima su lomo costales de 60 kilos, el granjero dice la estampa del señor latinoamericano. En las notificaciones que dejaron repletas las hojas de los periódicos Estadounidenses (en los tiempos en que una hoja impar de escala sábana era la mayor aspiración de publicidad toda marca con una meta), el cubano José Duval dejaba medio cerrados los ojos e insinuaba una mueca por debajo del bigote, para transportar la calma a la atribulada quiere de hogar del “Middle America”: en Iowa o Wisconsin, los habitantes del lugar transformaron recelo por confianza en la foto de clama del colombiano con rapa color blanco, con ganas por la explicación del advertencia hecha por DDB: “Juan es dueño de una granja en los Andes colombianos, a un kilómetro y medio de altitud. Es hay en donde está el terreno es rica. El habiente es húmedo. Dos causas para hacer el extraordinario café de Colombia. La tercera es la obstinación de los sembradores como Juan”. Por primera vez en la historia, se tomaba en cuenta la forma de la bebida. La Federación de Cafeteros creó el sello “100% café colombiano”, que da como una marca IRAM el contenido del cuartito, al lado al isotipo del cosechador, el burro y los cerros en sus trazos mínimos, justo: unas líneas que parecen vueltas a poner por un esténcil y se juntan a millones, en tanto Colombia se haya transformado en la cuarta potencia mundial de café y en el primero si se toma en cuenta o mínimo la calidad del producto, por lo menos en el inconsciente colectivo, que es el Xanadú de la publicidad. Tres años posteriores de su nacimiento, Juan Valdez llegó a Canadá, luego a Europa y tiempo después al continente asiático. La revista Advertising Age distinguió la campaña como “sorprendentemente original” y, unos tiempos más tarde, en el momento que la frase publicitarios remarcaba la “originalidad” del producto, los arbustos del café tuvieron el buen criterio de cambiar al cubano por un sembrador de verdad, el colombiano Carlos Sánchez. Porte cafe servicio de coffee break

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Cafe colombiano

barras de cafe 56El colombiano más conocido del planeta no es colombiano. La playera blanca, el gorro paisa y su burro fiel, a la que llamo Conchita, desentonan en medio los edificios grandes vidriados, los carros amarillos, los trajes de buena marca y el revoltijo de Madison Avenue, en el centro de Nueva York, aunque ahí Juan Valdez, al igual que el Benjamin Button del dudoso caso narrado por F. Scott Fitzgerald: regreso a la tierra con cinco decenas de años y un bigote muy voluminoso renegrido. Por tiempo y alrededor, la historia bien podría haber inspirado del desenlace en una etapa de la serie Mad Men, con todos esos señores locos por la publicidad, la droga, la bebida alcohólica y los corpiños de circulo metálico: a mediados del siglo XX, la empresa Doyle Dane Bernbach (DDB) fue campeón de la cuenta de la Federación del País de Cafeteros de Colombia para ser el representante a los 500.000 pequeños caficultores del país de América del sur. A diferencia de lo que le paso a Brasil, en Colombia no se crearon enormes latifundios con jefes esclavistas: la producción del café se expandió en minifundios (cientos, miles), todas pequeñas granjas familiares con formas semidomésticos de siembra y responsabilidad. Los productores de cosechas, juntos en una federación desde el año 1927, previnieron la necesidad de darle forma y cara al cafetero sin ser conocidos para hacer mayor sus ventas ya que sufrían de producción poco pagada. Con una valija repleta de semillas quemadas para triturar y filtrar (y un millón de dólares en efectivo), dos colombianos migraron hasta Madison Avenue y, posteriormente de unas cuantas citas de negocios bastante dotadas de agua, la epifanía creativa hizo famoso a un embajador de buena voluntad que, con la cara de ala ancha y una expresión amable, convenció a todo el mundo de que el mejor café esta abajo de los cerros de Antioquia o Caldas. La empresa DDB pago hojas de publicidad en The New York Times y en tan solo cinco meses logro que el 87% de los estadounidenses reconocieran a Juan Valdez como un señor de confianza, pero el falso cafetero colombiano nacido en Nueva York debía su nombre a un estudio de mercado para que los yanquis lograran decirlo sin dificultad y su cara bonachón, al actor José Duval, que era cubano. En el origen de uno de negocios más importantes del siglo XX están dos severos pequeñas personas de religión católica. Doscientos años posteriores, el café se encontraba arraigado en las Guyanas, que aun tenían los arbustos con celo: si en el Sudamérica, el señor Francisco de Melho Palheta hizo uso de sus ardides amatorios para transportar el grano a Minas Gerais, en Colombia, los religiosos Francisco Romero y Raimundo Ordoñez cosecharon unos arbustos que se habían llevado de las Antillas: ahí fue ese el tiempo, el final humilde justifique la comisión de un delito religiosos, los curas evangelizaron con la semilla. Formados cerca de la orilla geográfica con Venezuela, hacían la copia de un especial catecismo de espionaje: posteriormente de la pedir perdón de dios, y al igual que el complemento al recitado de las oraciones y las avemarías, a los delitos religiosos se les castigaba como penitencia la cosecha de los cafetos, en cantidades totalmente proporcional con el impacto del pecado. Desde esos tiempos, toda persona que se transformara a ocurrir machacante “por mi culpa, por mi culpa, ¡por mi gran culpa!” cosechar café como castigo: a criticar por los resultados, era una ciudad de pecadores. Colombia se puso repleta de arbustos de café divididas en los totalmente verdes lugares menos poblados de Cúcuta, Santa Marta, Bucaramanga, Manizales o Armenia. Porteare barras de cafe

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El café en la costa

hy-maquinas de cafe“El café se metió en los edificios de la vida diaria de las costas, las capitales, los centros de negocios de adentro y el bosque, uno y uno la actividad de negociantes, prestamistas, terratenientes, tenderos, profesionales, burócratas, pobladores con bajos recursos y granjeros”, narro el historiador Robert Williams en States y Global Evolution: Coffee and the Rise of National Government in The United States (“naciones y cambios globales: el café y el ascenso de los gobiernos del país en continente americano”, un cuaderno hecho público por el centro de estudios de Carolina del Norte, Norte América, a finales del siglo XX). Algunos hallaron justo una forma de sobrevivencia y uno que otro se transformó en una persona con mucho poder adquisitivo millonario. ¡Muy cerca! Aunque, con mayor importancia, el café hizo una identidad famosa con un folclore de historias, romanceros y apariciones de La Llorona nacida a tras de la fama y los logros de los sembradíos en cada “cogida” (la siembra de las semillas) y formo una leyenda que da una taza en forma de curación para cualquier cuita: si una costumbre tranquila hizo de Costa Rica una nación progresista sin ejércitos, en medio de otros países del centro de América el café se reprodujo sin responsabilidad ni concierto, con las tazas que les brotaba la sangre, cansancio y tristeza. En Nicaragua, la última nación de la creencia de sembrar café pero el primero en expresarse, los indios agredieron en malón el hogar de gobierno en Matagalpa, en el centro de la creencia cafetalera, y solamente hay fue el lugar en el cual exigieron el final del esfuerzo obligado que los plantaba en la esclavitud más fea, el ejército protagonizo o lidero una matanza enorme en contra ellos; aunque la resistencia de los granjeros se sostuvo aparte en lo que el gobierno del jefe José Santos Zelaya, que era hijo de un granjero que cultivaba café y que posteriormente del cambio Liberal en el año 1893 ayudo a la fabricación del café pero los guerreros habían matado al productor más importante de la nación. En El Salvador, la expropiación de los terrenos boto a la calle a millares de indios migrantes hasta el punto en que, en los diez años de 1880, se expresaron en contra las fuerzas opresoras, quemaron las plantas de café que completaban de riqueza a los blancos y, en contestación, el gobierno dio a la ley que andaba en caballos de chicotes y cuchillos que pegaban y cortaban las extremidades a los indios con el fin de que los hombres del café, todos con herencia patricios hispanos, lograran disfrutar de sus riquezas, en lo que los soldados se alternaban en las dictaduras y en la compañía de la calma que antecede al desastre. En Guatemala, el jefe Justo Rufino Barrios, hijo de una familia con muchos recursos que sembraban café desde que los jesuitas transportaban las primeras matas el pueblo colonial de vieja similar a la decoración para su monasterio, recibió el poder en el año 1873 y saco a los indios de los terrenos de café y los usó similar a la ayuda que recibió esclava, transformando a la nación en “una colonia penal” que no respetaba a las damas, sometía a los infantes y mataba a los señores. El holocausto de los Indios fue tan efectivo en su monstruosidad que, en medio de los años 1890 y 1892, los blackbirders, o esclavos guatemaltecos, requerían ayuda y en ese momento pagaron 1.200 trabajadores de los archipiélagos Gilbert, actualmente la República de Kiribati, en el medio del mar Pacífico al norte de Australia, para trabajar en los sembradíos de café.

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