El café ya lo habían descrito hace diez decenas de años antes en un mensaje que Onoio Belli mando a Charles de L’Ecluse (“la gente de arabia usaban unos frutos para producir una especie de agua a la que nombraban cave”, contaba), en la casa enorme de Solimán Aga se fue a la taxonomía botánica para transformarse en el fetiche de los la gente que se autonombraban víctimas de la moda: el hogar se transformó en el salón de festejos más privados de ese tiempo; se dice que a los varones que estaban invitados se les daban batas de una tela especial para tirarse cómodos enzima los divanes y que a las mujeres invitadas se les trataba con todo respeto y educación del que se les facilitaba los servidores con poca experiencia. “Piernas en el suelo, los esclavos de tez oscura del embajador, siempre haciendo uso de la ropa más lujosa, dieron del mejor café, potente y oloroso, en pequeños recipientes hachos de porcelana, delgada como el filo de una hoja, puestas enzima de platos hechos con materiales muy lujosos, unos paños con flecos de pequeñas hileras de oro, a las mujeres grandes, que movían sus abanicos con distintas caras e inclinaban sus chuecas caras, con colorete, basuritas y con tela cabiendo aberturas en ropa y en el cuerpo, encima de la más reciente y abundante liquido”, puso en letras el creído Británico Isaac D’Israeli en Curiosidades de la literatura,el fue invitado a una pequeña reunión. Incluso siendo mencionado con cosas sexuales, era lo más similar a sexo en grupo, con un alma exótica y onírico expandido de Las mil y una noches. segadas por las acciones del embajador, y emocionada a causa de los componentes de la bebida, a las mujeres del pueblo francés se les aflojaba la lengua y compartían los misterios palaciegos, datos que Solimán Aga pensaba que tenían un valor muy valioso para sus intereses gubernamentales , en lo que esperaban que contestara Luis XIV que nunca vendría. Aunque de la misma forma pasaría meses después con los parques de la capital de Francia, paddle o los lugares de patinajes artísticos encima de agua helada, un furor tomo control de la capital de Francia, que en decorar sus festejos o negocios abusó de tapices y divanes. Si es verdad que “el esnobismo rebota el reflejo sin excepción, pero sea de forma indirecta y mal tratada, el progreso de los habitantes donde prospera, los cambios continuos de democratización y de todo el mundo”, es lo que escribió el maestro de nacionalidad francesa, llamado Fréderic Rouvillois en su Historia del esnobismo, con su público por “la gente de Turquía”, la gente con más recursos económicos parisina hizo de esta bebida algo de meta para todos que admiraban sus veleidades y hacían propio el lamento de Honoré de Balzac: “Nada duele tanto como ser igual a todos”. La “turcomanía” creció el berretín y la pación para el café en medio de familias que podían, aquellas que tenían la accesibilidad de permitirse el dispendio de traer sus frutos de sus plantas desde Marsella. Pero en el año 1672, cuando la estela de Solimán Aga se había esfumado y transformado en una nube y solo se mantenía en la forma de una historia urbana como para nosotros puede ser hoy en día las historias de sexo en grandes grupos en casaquintas de Pilar o de roscas políticas en el hogar de la calle Gaspar Campos, un armenio de nombre Pascal, que tuvo la habilidad de llegar a la capital de Francia como ayudante de ese embajador otomano pero no hay exactitudes de la historia que tenga algo que ver.
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