En un momento que el pastor Kaldi se puso a pensar, pensó que su rebaño estaba embrujado, esas semillas rojizas que comían con un salvajismo no podían ser otra cosa más que unos frutos venenosos de algún árbol que el en su vida había visto. Como buen pastor que él era se dio la tarea de seguir observando a sus cabras con el fin de que no murieran y en efecto, hicieron todo lo contrario a morir, esa noche el rebaño no durmió “en la biblia se dice que la palabra muerte y dormir tienen un gran significado” o al menos eso es lo que dice el escritor Blake Butler en su escrito “nada, retrato de un insomne”. En la mañana del día siguiente aun con mucha energía acumulada las cabras volvieron a los mismos arbustos a continuar comiendo esas semillas de un color rojizo. Fue en este momento en el que el pastor se decidió finalmente a probar algunas semillas de esos arbustos. Obviamente no se murió ni se convirtió en ninguna clase de loco, si no que se sintió un tanto decepcionado porque él lo esperaba menos amargo. Pero le dio igual y no tomo encuentra el sabor de las semillas. Ese mismo día el tomo un canasto y lo lleno con semillas, ya de regreso en la tarde, con las cabras bastante excitadas, le entrego las semillas que había encontrado a los monjes del monasterio más cercano, que tuvieron el mismo punto de vista del pastor, las semillas estaban muy amargas y decidieron tirarlas al fuego. Después de esto paso algo que sorprendió a todo mundo e incluso animales, como cuento fantástico al aventar las semillas de café al fuego empezaron a saltar y a tostarse separándose de la pulpa, dejando un sabor un tanto agradable.
Como siempre los monjes estaban buscando cualquier tipo de estimulantes para hacer uso de los en las noches de vigilia que dedicaban para los diálogos divinos, los monjes decidieron adoptar el café como uno de sus tantos estimulantes en corto tiempo. Incluso se expandió por todo el imperio árabe con el nombre de “la bebida del ardor” intelectual e incluso erótico ( existe un cuento que dice que una persona llega con cualquier pastor de Yemen y le pregunta que a que ama más, si a una cabra o a una bella señorita inglesa, y que el pastor le responde que como escoger entre ambas si él nunca se ha acostado con una señorita inglesa?). la forma de ser más poética que de pastor del pastor Kaldi, empezó una nueva leyenda en la historia del café, aunque eso no impide que existan algunas empresas como Wikipedia que digan que es una historia probablemente Apócrifa”. La primer persona en contar la historia del pastor Kaldi fu Antonie Faustus Nairon, el cual fue profesor de lenguas de oriente del imperio greco romano y que escribió un ensayo titulado “De saluberruma potione cahue seu café nuncupata discursus” (“Discurso sobre la muy saludable bebida café y descripción de sus virtudes”, publicado en 1671) aunque no existan ningún tipo de pruebas escritas o arqueológicas de que haya existido algún tipo de café en Abisinia en el siglo IX la gente creyente en esta historia defiende su punto de vista diciendo “quiero creer”, pero de todos modos si esta leyenda fuera falsa ¿Cómo la gente la cuenta como si hubiera pasado realmente? O ¿Cómo es que tanta gente la recuerda hasta a la fecha? Pero finalmente un árbol es un árbol y de eso no cabe ningún tipo de duda, escribió Roland Barhes en sus celebrrima mitologica.
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En las horas interminables de los terrores nocturnos infantiles, cuando el sueño me esquivaba por culpa de ese último café después de la cena y los monstruos se insinuaban ominosos desde debajo de la cama, me quedaba quieto envuelto entre las sábanas, siempre tirantes como una mortaja, y hablaba en silencio con Él, que según los dictados de la catequesis vespertina nunca nos dejaba solos. No podía siquiera imaginar, o mucho menos explicar, cómo era que alguien me escuchaba, pero lo creía: establecía diálogos fantasiosos en los que mi soliloquio era maníaco y cafeinómano; relataba con un detalle minucioso lo que había hecho en el día, relato que invariablemente empezaba con la primera micción y el primer café y que, completada la descripción de la jornada y aún no llegado el sueño, volvía a empezar con un nivel mayor de detalle. Si en la primera vuelta el cuento se iniciaba con “tomé un café de máquina”, en la segunda decía “agarré la taza, la acerqué a mi boca” y en la cuarta o quinta era capaz de relatar el milisegundo de una deglución con la precisión de un entomólogo hasta la exasperación del cálculo: con cada ronda de “relato del día” restaba minutos de sueño, lo que me condenaba a llegar irritado y mal dormido, el calvario de la misa matutina que en el colegio de curas era obligatoria una vez por semana. Con interés morboso, me intrigaban los paralelismos entre el vino y la sangre de Cristo y, entre los alumnos aún no comulgados, nos reíamos del padre Luis María y sus libaciones: estábamos seguros de que se demoraba más de lo prudente al beber del cáliz y que en la intimidad de la sacristía se empachaba de hostias; más que mojarse los labios con vino dulce suponíamos que, al terminar la misa, se rendía a dormir la mona de una módica borrachera de media mañana, cuyos efectos combatía con una infaltable taza de café hervido que lo acompañaba en su peregrinar por las aulas. Como buen pastor con su rebaño, nos animaba en el tránsito virtuoso por “la viña del Señor”, paraíso mítico del que no entendíamos qué era ni adónde quedaba y que él explicaba con el hermético e intrigante: “Es un misterio de la Fe”.






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